Piano, piano…

23/05/2012

Por María Eugenia Garibotti

En el corto tiempo que llevo en este blog, han pasado muchas cosas. Me casé, me estoy por mudar a otra ciudad, y empezar otro trabajo. Lo que lamentablemente no sucedió es que no encontré bien de qué quería escribir. Quique y Martín saben más de macroeconomía que yo, y a la distancia a veces prefiero ni leer las noticias de Argentina. ¿El dólar a cuánto?

Lo que significa que me voy a despedir, no sin antes agradecer la confianza (y paciencia!) de Martín, que me invitó a ser parte de este proyecto. Les deseo el mayor de los éxitos a los editores.

Y voy a despedirme como empecé, con un paper de Dan Ariely. Esta vez, es una serie de experimentos diseñados para encontrar la clave de la felicidad. O, por lo menos, para enteder cómo salirnos del «Hedonic Treadmill», el hecho empírico de que nos acostumbramos a la mayor parte de los grandes cambios en la vida, y parece ser que nuestro nivel de felicidad no se relaciona con las circunstancias de nuestra vida. Casarse, encontrar un nuevo trabajo, incluso ganar la lotería, parecen tener efectos sólo temporarios sobre nuestro nivel de bienestar1.

El artículo en cuestión es «Getting off the hedonic treadmill, one step at a time: The impact of regular religious practice and exercise on well-being«, en el Journal of Economic Psychology. El objetivo del artículo es, como indiqué, encontrar actividades que lleven a un aumento permanente en nuestra felicidad. La hipótesis que testean es la idea de que en vez de concentrarnos en el efecto de grandes cambios, deberíamos enfocar nuestros efectos en actividades frecuentes. Cada una de estas actividades, en sí misma, llevaría a un pequeño aumento en nuestra felicidad, pero la repetición podría tener un efecto permanente.

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Y siguiendo con el tema energía

19/04/2012

Por María Eugenia Garibotti

Con la noticia de que la Presidenta va a enviar el proyecto de ley para re-estatizar YPF, una gran parte del debate se ha centrado en la falta de seguridad jurídica que supondría la estatización. Aunque coincido con que es un costo de la medida, me parece necesario discutir los potenciales beneficios. Uno de esos beneficios es, me parece, que abre un espacio para discutir la política energética del país, en particular cómo deberíamos administrar nuestras reservas de petróleo, y si deberíamos enfocarnos en producir más, o consumir menos.

Agrego al gráfico que publicó Martín, unos datos más para contextualizar la discusión. Argentina consumió 602 mil barriles de petróleo por día en 2009, aproximadamente 212 millones al año. Las reservas estimadas en todo el país son aproximadamente 2600 millones de barriles, y considerando todos los tipos de petróleo y combustibles líquidos, el país fue exportador neto. Supongo que una de las consecuencias de la falta de inversión en exploración de Repsol es que las reservas están artificialmente bajas, pero dado que es esperable que el consumo aumente, y dado que la producción de petróleo ha aumentado en el mundo a fuerza de encontrar reservas que requieren más energía para ser explotadas, es claro que el objetivo de independencia energética a largo plazo está lejos de ser logrado, o tal vez incluso de ser factible.

Y el tema entonces es, más allá de la nacionalización, qué deberíamos hacer con el petróleo que tenemos. Los economistas tenemos, me parece, el vicio profesional de pensar que con las señales de precio correctas, vamos a poder sobrellevar la desaceleración mundial en la producción de petróleo que se está encontrando con una fuerte crecimiento en la demanda. La versión más optimista que he podido encontrar es esta editorial de Marian Radetzki en Energy Policy, titulada «Peak Oil and Other Threatening Peaks: Chimeras Without Substance».

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La Felicida-a-a-a-ad

26/03/2012

Por María Eugenia Garibotti

Hace unas semanas salió en el New York Times un artículo sobre una de las «power couples» de la academia económica: Betsey Stevenson y Justin Wolfers. No es que los recomiende como modelos a seguir1, pero quiero escribir sobre uno de sus papers: The Paradox of Declining Female Happiness (publicado en 2009 en American Economic Journal: Economic Policy).

Este artículo es parte del estudio de la «economía de la felicidad». La idea es que la economía como disciplina estudia ingresos sólo porque nos interesa el bienestar de las personas. Todos tenemos la idea de que el dinero no necesariamente genera felicidad, pero ayuda, y así justificamos el foco en ingresos, producto bruto, y demás. De vez en cuando, sin embargo, nos encontramos con que enfocarnos en el dinero tiene poco sentido.

El problema con los estudios de felicidad, sin embargo, es que tenemos encuestas sumamente subjetivas, contestadas por grupos distintos a lo largo del tiempo. Esto hace que las comparaciones sean problemáticas. Sin embargo, hay investigadores que han documentado una correlación entre cuán feliz una persona reporta ser, y medidas más externas como ciertas actitudes (la frecuencia con que soríen, por ejemplo), y la percepción de gente cercana a la persona. Es decir que este artículo no es perfecto, pero sí es interesante.

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Los nenes con los nenes, las nenas con las nenas

21/02/2012

Por María Eugenia Garibotti

Un tema que siempre me ha interesado es el de las diferencias entre géneros. Habiendo crecido en una sociedad no demasiado iluminada en estas cuestiones, siempre fui la chica rara a la que le gustaba la matemática. Estudié economía, donde las mujeres somos minoría. Y la pregunta que me surge siempre es de dónde vienen las diferencias1.

La psicología evolutiva da explicaciones acerca del origen de las diferencias entre hombres y mujeres, pero no son demasiado científicas – no se pueden testear. Como es una pregunta que puede estar relacionada con la brecha salarial, hay economistas que la han estudiado. Uno de los primeros papers que leí sobre el tema es un experimento: «Performance in Competitive Environments: Gender Differences», de Gneezy, Niederle y Rustichini (el link es al documento de trabajo, se publicó en el Quarterly Journal of Economics en 2003).

La hipótesis de este artículo es que las mujeres son naturalmente menos competitivas que los hombres, y eso es una potencial explicación de por qué se ven menos mujeres en posiciones jerárquicas. En particular, encuentran que el efecto es más fuerte cuando las mujeres compiten contra hombres, pero no contra mujeres. Como suele suceder con los artículos experimentales, es difícil extrapolar del resultado a la economía en general, pero lo que me interesa es ver cómo el resultado cambia cuando cambian las circunstancias.

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Lidiando con el mercado laboral para economistas

16/01/2012

Por María Eugenia Garibotti

Después de un fin de semana bastante ajetreado en la conferencia ASSA en Chicago, del 5 al 9 de enero, estoy terminando de preparar mi presentación para la segunda ronda de entrevistas. Combinado con el comienzo de un nuevo cuatrimestre en Barnard, no tengo el tiempo necesario para escribir una entrada esta semana.

Mil disculpas a todos. Los veo en febrero, esta vez con una entrada de verdad.


Debería buscar una traducción de «procrastination», pero me da fiaca

20/12/2011

Por María Eugenia Garibotti

Buenas a todos, estimados lectores. Me sumo hoy a Economía Posible, con la intención de publicar los terceros lunes de cada mes. Dije lunes, sí, aunque notarán que en realidad ya es martes. Así que en vez de escribir sobre lo que le prometí a Martín1 – discusión de artículos académicos relacionados con género – decidí empezar con un artículo co-escrito por uno de mis economistas favoritos: Dan Ariely. Se trata de «Procrastination, Deadlines and Performance: Self-Control by Precommitment«, publicado en Psychological Science en 2002.

Traducir «procrastination» es difícil, pero a todos nos han dicho en algún momento, «no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy». Más generalmente, podemos concebir el problema como una falta de consistencia en nuestras decisiones intertemporales, y en ese sentido, «procrastination» sería uno de muchos problemas similares, como el aplazar la dieta hasta el lunes, chequear Facebook antes de comenzar a estudiar para un parcial, o gastar demasiado dinero en una entrada para el super clásico, cortesía de nuestra tarjeta de crédito. En todas estas decisiones, los beneficios suelen ser más obvios e inmediatos que los costos.

Conocemos las herramientas que tenemos para lidiar con la inconsistencia temporal – podemos usar nuestro poder de voluntad, limitar nuestras opciones antes de enfrentar la tentación, y en general hacer que sea costoso desviarnos de nuestro plan original2. La pregunta es, ¿tenemos evidencia empírica de que la gente realmente usa estos recursos? Y si la respuesta es sí, ¿son efectivos en modificar el comportamiento inconsistente? ¿son usados de forma eficiente? Este artículo reporta los resultados de varios pequeños experimentos realizados por los autores diseñados para responder estas preguntas. Las respuestas encontradas fueron, respectivamente: sí, sí, y no.

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