Inflation, not transitory

06/12/2021

Hace ocho meses escribí un post sobre el debate en EEUU respecto del impacto inflacionario de los proyectos de estímulos fiscales de la Administración Biden.

Durante gran parte del año, a medida que la inflación escalaba, quienes minimizaban los riesgos inflacionarios buscaron explicar el aumento de precios como un fenómeno transitorio. Primero recurrieron a un estudio de Alberto Cavallo para decir que se debía al cambio de composición de la canasta de consumo por la pandemia (un resumen de estas ideas, así como otras abajo mencionadas, aquí). La siguiente figura muestra como la inflación con canasta ajustada supera al CPI al comenzar la pandemia para luego ser inferior.

Al persistir la inflación se argumentó que era debido a problemas de oferta ya que la pandemia había generado fricciones en la cadena de valor global y problemas de suministro debido a restricciones en la producción por cuarentenas y medidas similares. El mismo Cavallo, en el resumen arriba citado, junto con coautores estima que:

Combining these stockout measures with micro price data, we find that their impact on inflation is significant, gradual, and transitory.

Estas ideas me parecieron razonables, así como las de Guerrieri, Lorenzoni, Straub y Werning (GLSW) sobre los efectos de una persistente redistribución de demanda de servicios a bienes. Esto genera presiones inflacionarias de costos en bienes, y deflacionarias en servicios que con rigideces nominales resultan en caída de empleo. El siguiente gráfico, donde sector A son servicios y B bienes, resume la idea:

Estamos a finales de año y tenemos el siguiente panorama: La política monetaria ha sido extraordinariamente expansiva con tasas virtualmente en cero y expansión cuantitativa. La política fiscal ha sido extraordinariamente expansiva con un déficit fiscal para 2021 de poco más del 12% del producto (un poco más bajo que el 15% de 2020, pero enorme).

En cuanto a observables, la inflación está en el 6,2%. Las correciones de canasta mencionadas arriba por Cavallo jugando un papel menor ya que es una comparación con fines de 2020. Y el último dato de desempleo es de 4,2%, o sea casi casi pleno empleo. Con lo cual, si bien persisten las asimetrías de demanda de bienes y servicios, las dinámicas modeladas por GLSW dejan de ser una preocupación de primer orden. Y dado que este blog se regocija cada tanto en criticar a Paul Krugman, en este caso férreo defensor de una política casi MMT, mencionemos su reciente comparación de la inflación en EEUU y Europa (donde llegó al 4,1%) ocultando que la inflación núcleo es de 4,6% en EEUU y solamente 2,1% en la zona euro.

Otro tema relacionado es la caída importante en la participación laboral (the Great Resignation) al punto que, si bien la economía está cerca del pleno empleo, hay unos seis millones de empleos menos que los que habría proyectando tendencias pre-pandémicas. Pero no tiene sentido seguir con una política monetaria expansiva, si no se entiende la razón de estos cambios, ni que tan permanentes son.

Con estos datos de inflación y empleo no sorprende que Jerome Powell haya empezado a indicar que se acelerará la contracción de política monetaria. No lo habría anunciado antes para lograr su reelección como titular de la Reserva Federal. Banquero central independiente, pero no tonto.

Es notable que con la economía tan recalentada no haya habido todavía un desmadre de expectativas. Probablemente la incertidumbre de la economía pandémica y pos-pandémica le haya dado a la Fed un mayor margen de maniobra. Pero, al haber sido tan expansiva hasta hoy, hay riesgo que al reducirse la incertidumbre haya que subir las tasas rápidamente, lo cual probablemente no tenga efectos serios en EEUU pero si en mercados emergentes.

Ahora bien, el lector quizás piense que la incertidumbre no se reduce sino que se incrementa, con la nueva variante Ómicron del Covid-19 a un paso de destrozar la «pax vaccinum». En pocos días sabremos más sobre esta mutación pero en mi opinión se verá que las vacunas siguen reduciendo el riesgo de enfermedad grave o muerte al punto de hacer del coronavirus una más entre el portafolio de enfermedades respiratorias a enfrentar periódicamente. Aunque debo reconocer que mi optimismo quizás se deba a que estoy sesgado por mis planes para las fiestas. Veremos

EX POST: Ayer se dió a conocer el dato de inflación de noviembre, 6,8% anual. Y Ómicron cada día parece más perro que ladra pero no muerde.


Inflation, inflation? inflation!

05/03/2021

El título de este post juega con una de la primeras entradas de este blog, un clásico de hace diez años. La inflación es un problema secular en Argentina. Desde la Gran Recesión también ha sido objeto de discusión y estudio en el mundo desarrollado. Primero por el debate sobre si las políticas monetarias y fiscales que se tomaron para paliar los problemas económicos derivados de la crisis financiera global iban a desatar un pico inflacionario o no. Luego que se verificó que no fue el caso la incógnita pasó a ser por qué la inflación permanecía tan baja e insensible a cambios en la tasa de desempleo.

Hoy con el regreso de los estímulos monetarios y los mega paquetes fiscales el debate sobre si esta vez habrá consecuencias inflacionarias o no está de nuevo en boga. Supongo que el lector estará familiarizado con la esencia de esta discusión pero basta con decir que Lawrence Summers y Olivier Blanchard han advertido que el paquete de estímulo propuesto por la administración de Joseph Biden, que tiene media sanción en la Cámara de Representantes, es excesivo. Y es que no estamos hablando de dos economistas «neoclásicos» sino más bien todo lo contrario.

Blanchard escribió una nota defendiendo su posición. Dice:

In January 2020, the unemployment rate was 3.5 percent, the lowest since 1953; it can reasonably be taken as being close to the natural rate. Put another way, output was probably very close to potential. The Congressional Budget Office (CBO) has estimated the potential real growth for the past few years at around 1.7 percent. Given that actual real GDP in 2020 Q4 was 2.5 percent below its level a year earlier, this CBO estimate implies an output gap in 2020 Q4 of 1.7% + 2.5% = 4.2%, or, in nominal terms, about $900 billion.

Given the supply restrictions due directly or indirectly to COVID-19, $900 billion is undoubtedly an overestimate of the gap that could be filled by an increase in demand. The pandemic has severely lowered potential output and will continue to do so for at least a good part of this year. Suppose, conservatively, that potential output will still be down by 1 percent in 2021 relative to where it would have been absent COVID-19. Then the output gap that could be filled in 2021 by an increase in demand is only $680 billion.

Y continua diciendo que los estímulos fiscales de $2,8 trillones (nosotros diríamos miles de billones) de dólares, lo que incluye los $900 billons ya aprobados y los 1,9 trillones que el Congreso está discutiendo, cerraría esta brecha de producto sin recalentar la economía si el multiplicador fuese 0.3. Si el multiplicador fuese unitario la economía se recalentaría tanto que las expectativas inflacionarias podrían dispararse y si esto sucede el problema es que volver a reducirlas es costoso (pensemos en la desinflación de Volcker de 1979-1983). Blanchard y Summers toman este riesgo como lo suficientemente alto para ser más cautos en la política fiscal. Proponen estimular, pero menos y viendo como la economía, y la pandemia, evolucionan ajustar para arriba o para abajo.

En el bando contrario sobresale la posición de Paul Krugman que sostiene que hay que estimular lo más posible. Que si se produce un aumento en los precios será más un cambio de nivel que una aceleración en la inflación (lo cual presume que las expectativas no se disparan). Hace unos días Krugman discutió con Summers sobre los estímulos y pueden ver aquí el video.

Estoy suscripto a una newsletter de Krugman y copio unos párrafos del 16 de febrero (no encuentro un link online, pero ha tratado estos temas en varias de sus columnas en el New York Times):

Many economists are still working with that framework. And when they compare the proposed spending in President Biden’s American Rescue Plan with conventional estimates of the output gap, what they see is overkill: much more spending than the economic situation seems to require.

But that’s the wrong diagnosis. True, G.D.P. is lower than we would have expected given trend economic growth, but we aren’t experiencing a conventional output gap. Instead, we’re facing something more like a natural disaster: The economy is depressed because the coronavirus is temporarily keeping us from doing many of the things we would normally be doing.

In this situation, the purpose of government spending isn’t to provide stimulus, it is to provide disaster relief, money that helps those hurt hard by the pandemic make it through until widespread vaccination makes it possible to resume our usual lives.

And this has one perverse implication that even very good economists are, I can report from personal interactions, having a hard time grasping. Namely, it’s OK if a lot of pandemic spending is pretty poor stimulus. In fact, it might even be a good thing.

Here’s the story: I’ve argued that relief spending can be usefully grouped into three categories. There’s direct spending to fight the pandemic — shots in arms and related. There’s income support for hard-hit groups, notably enhanced unemployment benefits. And finally there’s more diffuse support, mainly those $1400 checks and aid to state and local governments.

The problem with the more diffuse support is that it isn’t well targeted. Some people badly need those checks, because for whatever reason they aren’t getting enough support from other measures, but many don’t. Some state and local governments are in desperate straits because of the pandemic, but others have seen revenue hold up pretty well. So a lot of the outlays will go to players who don’t especially need the money.

This could be a problem if we were worried about debt, but with interest rates so low, we aren’t. It could also, however, be a problem if people and governments getting money they don’t badly need spent a lot of it, creating inflationary pressure.

The good news, then, is that a lot of those diffuse outlays won’t be spent! Financially secure households will probably save their $1400, or if they spend it much of it will probably go to imported goods, which doesn’t create inflation here at home. State and local governments that are in decent financial shape will probably add much of their aid to their rainy day funds rather than boost spending, which again reduces inflation pressure.

In the jargon of economics, a large part of the relief package is likely to have low multiplier effects. This is normally a bad thing, but right now it’s actually a good thing: it means that we can aid those in need without worrying too much about the side effects.

Notemos varias cosas en la argumentación de Krugman. Primero, se basa en «argumentos de fe», como que una parte importante de las transferencias no se va a gastar, que se va a gastar en bienes importados y por ende no genera inflación (?!?), que los gobiernos subnacionales van a ahorrar las transferencias que reciban en lugar de gastarlas (y los 38 estados que tienen elecciones de gobernador este año o el próximo?). Segundo, reconoce que los multiplicadores (deberían) ser bajos.

Quienes siguen las columnas de Krugman saben que acuñó el término «confindence fairy» para criticar hace una década las propuestas de austeridad fiscal de economistas (mayormente republicanos) que defendían reducir el gasto para reafirmar la confianza de los mercados y que no se disparen las expectativas inflacionarias y con ello la tasa de interés de la deuda pública. Pero su explicación de porque los estímulos fiscales deben ser tan grandes se basa en un cuento de hadas igual de dogmático que el de los economistas que defendían la austeridad hace una década. Y dejo para otra ocasión el cuento de hadas que la tasa de interés no se vería afectada por un cambio tan drástico en el régimen de política (al respecto refiero a un cálculo de Ricardo Reis que los EEUU ya antes de la pandemia se habían consumido todo el señoriaje de «g-r»).

Finalmente lo que me llama la atención es que el ejército de economistas que en otros momentos apoyaban una política fiscal más expansiva, y lo hacían usando evidencia que los multiplicadores son grandes (ver el gráfico con estimaciones en la nota de Blanchard citada arriba), ahora ignoran los riesgos inflacionarios de los paquetes de estímulo discutidos estos días porque dicen que los multiplicadores son pequeños.

Pero no me sorprende. La pandemia ha puesto al mundo patas arriba. Porqué no tendría que haber trastocado también las creencias de los economistas? Después de todo, a pesar de los supuestos detrás de nuestros modelos, somos humanos.


Demoledor monólogo de Carlos Melconián

23/07/2020

Me hicieron llegar el link al audio de una entrevista que Marcelo Longobardi le hizo hoy a Carlos Melconián con el siguiente comentario: «divertite y escuchá como le dió con un caño a Guzmán». Al mismo tiempo vi que La Nación había recogido extractos de la nota titulando con un «No me lo banco porque miente». Y no me pude resistir.

Recomiendo encarecidamente escuchar (y reescuchar) lo que en lugar de una nota terminó siendo un impecable monólogo de 25 minutos. Tremendo. No solo lo demuele a Guzmán, sino también a toda la elite que nos gobernó (al menos en este siglo) llevándonos en principio lentamente, luego más rápidamente, y ahora en forma vertiginosa a la mediocridad y la irrelevancia.

El remate es una pregunta retórica, «Jodemos con los hospitales, los hospitales, los hospitales. Dónde se atienden después los funcionarios? En qué hospitales?»


Magia e ilusiones

21/02/2019

No, no es un post sobre política argentina. Es una crítica a recientes discusiones sobre los costos de la deuda, y el Green New Deal en EEUU. Lo puedo resumir en este tweet que escribí hace un mes

Olivier Blanchard en su discurso como presidente de la AEA nos incita a repensar los costos de la deuda pública, y muestra que es normal que la tasa libre de riesgo esté debajo de la tasa de crecimiento del PBI. Esto sugiere (aunque no lo diga explícitamente) que habría que endeudarse para hacer inversiones de alto retorno como infraestructura.

Rápidamente, Paul Krugman en una serie de notas en el New York Times (acá, acá y acá, por ejemplo) adhiere a esta idea y pone como ejemplo el Green New Deal (GND), que es una propuesta agresiva para transformar la matriz de producción energética a fuentes renovables en un período de tiempo relativamente corto. De la última de sus notas, de ayer:

So, first off, investment – typically spending on infrastructure or research, but there may be some room at the margin for including spending on things like childhood development in the same category. The defining characteristic here is that it’s spending that will enhance society’s future productivity. How should we pay for that kind of outlay?

The answer is, we shouldn’t. Think of all the people who say that the government should be run like a business. Actually it shouldn’t, but the two kinds of institution do have this in common: if you can raise funds cheaply and apply them to high-return projects, you should go ahead and borrow. And Federal borrowing costs are very low – less than 1 percent, adjusted for inflation – while we are desperately in need of public investment, i.e., it has a high social return. So we should just do it, without looking for pay-fors.

Si, leyó bien. Krugman se pregunta quién debería pagar por estas inversiones, y se responde, básicamente, que se pagan solas. Parece un político argentino (K, peronista, cambiemita, da lo mismo).

Pero inmediatamente saltan estas comparaciones odiosas (que llamé trilemas en el tweet). Porque si uno puede gastar más porque la tasa de interés libre de riesgo es baja, entonces es tan lícito hacerlo reduciendo impuestos como aumentando la inversión en infraestructura. Y quienes critican una cosa apoyan la otra y viceversa.

Además Krugman se dispara solo en esta cruzada para financiar el GND con deuda, mientras que 3401 economistas en EEUU suscribieron a un llamado a implementar un impuesto al carbono para reducir emisiones. Si yo fuese un furioso fanático por el medio ambiente (como parece ser Krugman, parece), propondría que los recursos recaudados con este impuesto se dediquen primero a realizar las inversiones del GND (bueno, no todas, las que tengan mejor costo/beneficio), y recién luego se devuelvan estos recursos a los ciudadanos como sugiere la propuesta en su punto V.

Volviendo a la deuda, la realidad es que si rf<g, entonces el gobierno puede gastar (g-rf)*D (donde D es el nivel de deuda), sin necesidad de aumentar impuestos y manteniendo el ratio de deuda PBI constante. Pero de aquí no sale una teoría sobre cuál es el nivel de deuda/PBI óptimo. Es más, creo que Blanchard se equivoca diciendo que como hay evidencias que la productividad marginal del capital es más baja esto indica que el costo de la deuda es más bajo. No porque esté mal contablemente hablando, pero su tesis se basa en que rf<g es algo persistente, pero si la productividad marginal del capital baja, inevitablemente llegaremos a una situación en la cual la tasa de crecimiento del producto cae y rf>g, con lo cual el juego de Ponzi se termina. Y puede terminar abruptamente. En esto los argentinos tenemos experiencia.


Los economistas plateístas en el ring

27/03/2018

En el último mes hubo una ruidosa pelea entre analistas económicos etiquetados como neoliberales y sus pares menos ortodoxos. Lo que le dio volumen a esta pelea, que se viene librando desde mediados de 2015, es el hecho que el gobierno salió a la cancha a defender su política con los tapones de punta.

El ejemplo que resume esta discusión fue la seguidilla de notas publicadas en La Nación por José Luis Espert, economista liberal, y Rodrigo Pena, secretario de Hacienda de la Nación. El 23 de febrero de este año Espert escribió una nota con el provocador título «Macri en el país de las maravillas». Como se imaginará el lector, Espert mirá el vaso de la realidad económica argentina como medio vacío, resaltando las reformas que Cambiemos no quiere/puede/sabe hacer

Más que cambiar, parecería que Cambiemos se siente cómodo con los desequilibrios heredados del kirchnerismo (a veces profundizándolos) mientras se pueda. Y si la tasa de interés internacional sube mucho y dificulta el proyecto, Dios proveerá y/o ya se sabrá a quién echarle la culpa de eventuales complicaciones de la economía…

Para tener una idea del desafío por delante, el gasto público debería bajar mínimo 15% del PBI; el déficit fiscal, a 0, y la inflación, a nivel internacional. Ni hablar de la contrarreforma estructural que hay que hacer para desandar el camino de nuestra decadencia ya casi secular. Entre otras cosas, hay que reprivatizar todo lo que el kirchnerismo estatizó, eliminar la coparticipación federal de impuestos y que las provincias se paguen el gasto propio; sacarles a los sindicatos las obras sociales e ir a una red de hospitales públicos nacionales; quitar la obligatoriedad que existe (en los hechos) para la cuota sindical; renegociar ya los convenios colectivos de trabajo; ir a una apertura total del comercio sea firmando acuerdos de libre comercio con el grueso del mundo u optando por una apertura unilateral como la chilena de mediados de los años 80.

Una semana más tarde, Pena le contesta a Espert (y al resto de los economistas liberales que reclaman un mayor ritmo de ajuste fiscal) en otra nota con título irritante: «La economía plateísta». En efecto, para el gobierno opinar desde el llano es lo mismo que opinar sobre fútbol. Poco importa que uno tenga un doctorado en Economía (o sea director técnico en la Premier League). De dicha nota me quedo con la respuesta sobre la reducción del gasto público:

Analicemos la primera propuesta de bajar en 15 puntos del PBI el gasto público (el gasto primario nacional equivale a 23 puntos del PBI y el consolidado de Nación, Provincias y Municipios al 42).

El «Plan Espert» empezaría por suprimir los planes sociales. Eliminar la Asignación Universal por Hijo (4 millones de beneficiarios), las Asignaciones Familiares (6 millones de beneficiarios), las Pensiones por Invalidez (1 millón de beneficiarios) y el resto de los programas sociales de los ministerios de Trabajo y Desarrollo Social (300.000 beneficiarios) generaría un ahorro para el Estado de 2,4 puntos del PBI. Es decir, quitándole el beneficio social a más de 11 millones de personas, aún estaríamos muy lejos de los 15 que sugiere.

Seguramente, el «Plan Espert» continuaría por reducir a su mínima expresión el gasto político. El presupuesto de la totalidad de los cargos políticos del Poder Ejecutivo representa el 0,01% del PBI, una mínima parte de los 15 puntos en cuestión. Eliminar todo el gasto del Congreso Nacional generaría 0,2 puntos del PBI. Si agregáramos una reducción a la mitad del empleo público nacional (que goza mayormente de estabilidad laboral), prescindiendo de 400.000 trabajadores, significaría un ahorro adicional de 1,6 puntos del PBI. Seguimos lejísimos de los 15 puntos. Si cortáramos también la mitad de la obra pública (básicamente rutas, vivienda, agua potable y cloacas), tendríamos un ahorro adicional de 0,8% del PBI.

Es decir, la suma de todas estas medidas -extremas, irrealizables y con un impacto negativo fenomenal en la pobreza y la actividad económica- apenas alcanzaría para bajar 5 de los 15 puntos del PBI que el autor propone.

Casi dos semanas más tarde Espert retruca en otra nota, con título que va al grano: «No hay conciencia sobre los costos de aplicar la receta del gradualismo». Resalto unos pocos puntos:

El segundo punto que queda en claro es que el Gobierno no pondera adecuadamente la importancia de los desequilibrios económicos heredados. Por de pronto, no le preocupa un déficit consolidado de 7% del PBI mientras sea financiable, como si ese déficit no tuviera nada que ver con la persistente inflación y el atraso cambiario que permite el financiamiento externo. Tampoco parecen preocuparlo las consecuencias futuras sobre el déficit fiscal provocado por los intereses del creciente endeudamiento externo, particularmente cuando el atraso cambiario deba ser revertido…

El ministro de Hacienda trata de demostrar que un ajuste del gasto no podría exceder 5% del PBI, y aun así, a costa de un suicidio político. Ratifico que bajar el gasto público en 15% del PBI, eliminar el déficit y bajar la presión tributaria 7 puntos no solo puede hacerse, sino que debe hacerse si queremos revertir nuestra decadencia. La baja del gasto y la eliminación del déficit puede hacerse en dos etapas; un ajuste inicial (insoslayable) que restaure la competitividad privada y luego un crecimiento privado que permita absorber los ñoquis y planeros que cobran sin aportar nada a la sociedad. Si las restricciones políticas para hacerlo son hoy mucho más altas que en 2015, la pregunta es ¿cuando cree el Gobierno que las restricciones políticas serán superadas? Porque si la respuesta es «nunca», estaremos condenados a problemas aun para sostener este modelo decadente que tenemos desde hace 70 años.

Los dos tipos de economistas miran los mismos hechos, pero mientras a los Espert les preocupa el ritmo al que crece la deuda pública con el riesgo de realizar un ajuste forzado si las condiciones de mercado cambiasen, el gobierno siente que está avanzando a la velocidad máxima sujeto a restricciones políticas para hacer un ajuste mayor (en un interesante editorial reciente en Perfil, Jorge Fontevecchia argumenta que el gradualismo sería parte de la ideología del gobierno, y no una herramienta de política, i.e. se podría ajustar más pero no se quiere).

En mi opinión, no hay que tomar las propuestas de Espert como un programa de gobierno, como hace Pena en su respuesta, sino como un «ideal» que hay que tratar de alcanzar (aquí hago notar que comparto los temores de los economistas liberales sobre la baja velocidad de ajuste fiscal, pero no adhiero a la idea de reducir el tamaño del sector público a niveles de hace 15-20 años). Y su enumeración no hace más que desnudar el tremendo nudo de distorsiones que estrangula la economía argentina.

Mi contribución a este debate, y de ahí el motivo para resaltar ciertos párrafos de estas tres notas, es preguntar lo siguiente. Si los beneficios del «Plan Espert» por eliminar todos los planes sociales, reducir a la mital el personal de la administración pública nacional, reducir a la mitad la obra pública y otros ajustes menores en cargos políticos y en el Congreso solo reducen el gasto en 5 puntos del producto, ¿en qué gasta la Nación el 17% restante del producto?

En el agregado (Nación y Provincias, pero el primero dominando) el país gasta alrededor de 12% del PBI en jubilaciones. El secretario Pena, en lugar de usar espejos de colores para distraer la atención, debiera de decirnos que el gobierno está muy al tanto del problema de sustentabilidad de nuestro sistema previsional (estábamos últimos en un ranking de sustentabilidad según esta nota publicada hace cuatro meses en Ámbito Financiero). Es cierto que la reforma en la fórmula para actualizar las jubilaciones sancionada a finales del año pasado muestra que en este punto hay fuertes restricciones políticas. Pero hay mucho margen para cambios que el gobierno puede explorar y no parece dispuesto a hacerlo.


Política monetaria actual

18/04/2017

La decisión de Banco Central de subir las tasas de interés 150 puntos básicos la semana pasada despertó críticas por derecha e izquierda. Los comentarios fueron tanto políticos, como señalar que Federico Stuzenegger es el super ministro de Macri, como económicos, la mayoría de estos indicando que el BCRA se pasó de rosca al subir tanto las tasas. Un análisis interesante es el de la nota de Néstor Scibona en La Nación este domingo, de la cual voy a copiar unos párrafos.

Otros opinan, como Miguel Bein, que el problema no radica tanto en este nivel de inflación anual (que sería un éxito frente al 40% de 2016), sino que la meta oficial es demasiado ambiciosa y no tuvo en cuenta que el nuevo salto tarifario agregaría cuatro puntos porcentuales en estos meses, junto con su efecto sobre los costos de muchas actividades que, además, suben en dólares por la apreciación del tipo de cambio.

Aceptando que como inflation targeting llamamos el querer bajar la inflación, y que se usa como instrumento más la regulación de la cantidad de dinero que la tasa de interés (ver esta entrada sobre política monetaria de hace poco más de un año), ¿qué inflación mira el Banco Central? La inflación núcleo, pues al ser independiente tiene más sentido fijar sus metas sobre un indicador que no se vea contaminado por precios volátiles (como energía o alimentos), o cuestiones políticas, como ser la velocidad con la cual el gobierno elimina subsidios a la energía.

¿Cómo debería reaccionar el Banco Central ante un aumento en las tarifas de gas o electricidad? Si este cambio estaba anticipado no debiera haber reacción pues si bien esto elevaría el IPC, la trayectoria de la inflación núcleo no se vería afectada. Con lo cual el comentario de Bein antes citado es doblemente erróneo.

¿Y si hay un aumento no esperado en gas o electricidad? Esto obligaría a los consumidores a reducir su consumo agregado ya que para un dado ingreso pueden comprar menos bienes y servicios. La menor demanda tendería a reducir los precios de los bienes y servicios (excluyendo tarifas), i.e. este shock reduciría la inflación núcleo. El Banco Central podría entonces responder con una política más laxa. El año pasado ocurrió algo así pero al revés, la Corte Suprema puso un techo a la suba de tarifas. Por eso en ese momento sugerí que el Central tendría que haber ajustado su política (también entendía que factores políticos podían dificultar esta reacción).

Entonces, ¿cuál es el problema con la actual suba de tasas de interés, que responde a la persistencia de una inflación núcleo elevada (ver el anterior post)? Depende de cómo se forman expectativas en la economía argentina. El argumento de los párrafos precedentes presume que el Central tiene credibilidad. Por ende cuando hay un shock actúa en consecuencia. Si el sector privado creyera que el Central va a reaccionar entonces no le importaría lo que haga en el día a día con la tasa de interés. Miraría la meta para el año y tomaría decisiones acorde. En particular negociaría salarios.

El problema surge cuando el sector privado no está convencido de la vocación del BCRA para combatir la inflación (y esto debe ser leído como no está convencido cuánto apoya Macri a Sturzenegger). En este caso supongamos que le da un 50% de probabilidades al escenario inflación=17% y 50% de probabilidades a un escenario inflación=27% (para que de cerca del 21,6% que predice el FMI). ¿Cómo negocio salarios o fijo precios en este caso? Lo segundo es más fácil pues los precios de la mayoría de los bienes y servicios se pueden cambiar rápido (un precio promedio en EEUU tiene una vida cercana a los seis meses, en Argentina debe ser menor aún). Pero los salarios en general se negocian por un año.

Una solución, aconsejada por el gobierno, es cerrar acuerdos contingentes a la inflación, como se trata de hacer en el sector público. Pero si todo el mundo hace esto, y el gobierno logra llegar al 17%, un gremio que se corte solo y logre sacar un aumento fijo del 25% (o más) va a tener una recuperación del salario real mayor que el promedio. Y todos los gremios con cierto peso quisieran lograr esto.

Es por esto que las negociaciones salariales se complican y nos da una de las razones del BCRA para sobre actuar y subir la tasa 150 puntos: dar una señal de firmeza que oblige a los empresarios a enfrentar a los gremios y no ceder facilmente como en el pasado (aunque viendo las reacciones de la UIA en los medios se nota que es mucho más fácil ceder ante el gremio y hacer lobby inflacionista).

Además de la señal del Banco Central, el gobierno debiera de seguir mostrando mano firme para negociar con el sector público para conseguir acuerdos atados a la inflación (ver este post reciente) ya que en caso contrario el gasto público se desbordaría y el Central se vería obligado, una vez más, a salir al rescate del Tesoro dinamitando la baja en la inflación que tanto nos está costando conseguir.

Para cerrar, la nota de Scibona incluye la siguiente observación:

Por ahora, todo indica que el gobierno de Mauricio Macri optó por sacrificar algún punto de recuperación de actividad económica a cambio un descenso más marcado de la inflación antes de las elecciones.

Como vengo diciendo desde agosto del año pasado, una baja inflación probablemente sea el único logro económico que Macri podrá mostrar en octubre. No sorprende que le de todo su apoyo a Sturzenegger, convirtiendo así a este en un super ministro de facto.


Inflación de marzo y Precios Translúcidos

11/04/2017

Según Inflación Verdadera, la inflación de marzo fue 1,45%. Esto representa una leve reducción respecto del valor de febrero que fue de 1,6%, y un acumulado para el primer trimestre de 5,4%. Como dije el mes pasado:

El trabajo para llevar la inflación del 23% actual a niveles compatibles con la meta del 17% del BCRA está en manos de los gobiernos de Macri y Vidal, y consiste en lograr cerrar paritarias en el sector público por debajo del 20%.

En los últimos días hubo avances en la Provincia de Buenos Aires al empezar a quebrarse la resistencia de los gremios docentes. Más allá del retroceso del paro de hoy, es muy probable que en las próximas semanas se llegue a un acuerdo compatible con la pauta inflacionaria (mi pronóstico sigue siendo una inflación núcleo de 19% más menos dos puntos porcentuales).

Con respecto al programa de Precios Transparentes, que se aplicó en febrero de este año y que recientemente fue casi derogado, Juan Carlos de Pablo escribió una muy buena nota en La Nación este domingo, en la forma de una entrevista imaginaria con un economista heterodoxo. Como esta nota cubre un inquietante vacío (esperaba más reflexiones de los economistas del comportamiento) la copio casi íntegra

Todas las anécdotas de quienes compraron una alfombra en algún país árabe incluyen un sustancial proceso de regateo, que puede durar muchas horas, arrancando con números muy diferentes entre el que canta quien pretende vender y el que contraoferta quien desea comprar. ¿Se imagina, en alguno de dichos países, que el gobierno aprobara una legislación destinada a «transparentar» los precios? Es lo que hace poco intentó hacer el gobierno argentino y tuvo que dar marcha atrás. ¿Es que nosotros preferimos que los precios no sean transparentes?

Al respecto entrevisté al norteamericano Frederic Sterling Lee (1949-2014)…

-¿Hay una teoría neoclásica de los precios y otra postkeynesiana?

-Algunos enfoques se basan en contextos macroeconómicos calmos, donde lo único que ocurre es el fenómeno que se analiza; otros enfatizan que los fenómenos ocurren en contextos de alta incertidumbre, tiempo real, irreversibilidad, etcétera. Se trata de una cuestión empírica: el economista que está analizando una situación concreta tiene que entender el contexto en el cual está inserta.

-Que se obligue a explicitar el costo del financiamiento en la compra a crédito de bienes durables, ¿es una idea buena o mala?

-No conozco economistas austríacos, marxistas, clásicos o keynesianos que recomienden que los oferentes les mientan a sus potenciales clientes cuando dan a conocer las condiciones en las cuales pretenden vender sus productos. ¿Por qué habrían de hacer eso?

-Pero en la Argentina 2017, la denominada transparencia redujo las compras de dichos bienes, hasta tal punto que el Poder Ejecutivo dio marcha atrás con la medida que había adoptado pocas semanas antes. ¿Así que esquemas tipo «12 cuotas sin interés» alienta las compras?

-No está para nada claro que la retracción de compras se haya debido a la medida introducida. Además se había puesto en práctica hacía muy poco y, por consiguiente, las decisiones y las conductas se estaban acomodando. Los productores que pícaramente mantuvieron el precio de contado y aumentaron el financiado estaban sufriendo la consiguiente caída en el volumen de sus ventas, y hubieran terminado revisando sus decisiones iniciales.

-¿Por qué cayó la venta de algunos bienes durables, entonces?

-Probablemente, por lo que en 1931 dijo Friedrich August von Hayek.

-¿Un postkeynesiano citando a Hayek?

-Cuando su análisis resulta relevante, sí. Hayek se inmortalizó en Inglaterra, cuando en medio de la Gran Crisis afirmó que quien se compra un sobretodo un mes, está generando la crisis textil del mes siguiente. Una barbaridad en aquel entonces, pero que a veces puede ser cierta.

-Explíquese…

-«Doce cuotas sin interés» era una mentira, porque siempre se carga algún interés en las compras a plazos. Pero si, como consecuencia de aquel financiamiento, los argentinos adelantaron las compras de heladeras, licuadoras, teléfonos celulares o prendas de vestir, durante algún tiempo no comprarán, por más transparentes que sean los precios.

-Aclárelo, por favor.

-En el caso de un bien durable, su dueño deriva bienestar cada vez que lo usa, pero demanda una nueva unidad cada tanto. Si por haber adelantado compras tenemos zapatos o autos recién estrenados, demoraremos en reponerlos. Los fabricantes de bienes durables saben que sus ventas oscilan mucho más que las de bienes no durables, como queso fresco o mortadela. De manera que, para ellos, en las épocas malas, las vacas son muy flacas y en las épocas de las vacas gordas tienen que ahorrar.

-Moraleja.

-El Poder Ejecutivo no debería modificar muy seguido las medidas que adopta, porque confunde en vez de aclarar.

-Don Frederic, muchas gracias.

Sigo pensando que la idea detrás de Precios Transparentes era excelente. Quizás hubo un error en la estimación del impacto del programa en un contexto de alta inflación. Ciertamente hubo premura en cortarle las piernas. Comparto la última frase de la nota de de Pablo: «El Poder Ejecutivo no debería modificar muy seguido las medidas que adopta, porque confunde en vez de aclarar». Más claro imposible.

EXPOST: Ayer el INDEC anunció los indicadores de inflación de marzo con 2,4% para el IPC y 1,8% para la inflación núcleo con un acumulado de esta última para el primer trimestre de 4,9%, en línea con el acumulado de Inflación Verdadera reportado en el post. Más importante es que el Banco Central finalmente subió la tasa de interés para frenar la inflación. Más vale tarde que nunca.

 


Julio Hipólito Guillermo Olivera

26/07/2016

Al despertarme esta mañana me encontré con la desagradable noticia que ayer falleció Julio Olivera. Para la mayoría que lo conoce es el co-autor del efecto Olivera-Tanzi (aunque no fue un trabajo conjunto, y la contribución de Vito fue posterior). La idea de este trabajo es muy simple. Si el gasto público es una fracción del ingreso nominal corriente, y los ingresos fiscales son una fracción del ingreso nominal pasado, puede haber un equilibrio con inflación aún y cuando ambas fracciones sean iguales. La explicación es que si hay inflación los ingresos serán menores al gasto y será necesario emitir para financiar la diferencia. Esta emisión convalida la inflación (inflación y emisión cero también son un equilibrio).

Para recordar a mi primer, y primus inter pares, mentor en Economía, comparto con ustedes algunas anécdotas.

La primera vez que escuché hablar de Olivera fue en 1989 al leer una entrevista que le hicieron en el diario La Nación al final de la hiperinflación de ese año. El cronista le preguntaba sobre las causas de la hiperinflación y Olivera daba una respuesta corta y precisa. Como el cronista necesitaba llenar más caracteres en su nota volvía a repreguntar pero Olivera repetía lo mismo: fue una hiperinflación clásica. Más tarde me daría cuenta que el intercambio era un «Olivera clásico».

Volví a encontrarme con Olivera en la UBA. En el semestre que tenía que cursar Dinero, Crédito y Bancos sorpresivamente uno de los cursos lo dió él (creo que en 1991). Sin embargo, siguiendo a mis amigos decidí tomar el curso vespertino de Buscaglia (que usaba el muy obsoleto «Money, Interest and Prices» de Don Patinkin, ¡quién pudiera tener la máquina del tiempo y corregir este error!).

Para tratar de compensar la mala decisión tomada decidí pedirle a Olivera si podía ser mi tutor para unas becas que la UBA ofrecía a estudiantes. Le presenté como idea introducir sus famosos rezagos fiscales en un modelo de economía monetaria con dinámica caótica. Por suerte me dijo que sí y me convenció de sumarme a un curso de Topología que había empezado a dar y que tenía solamente dos estudiantes. Como el formato era de seminarios el trabajo fue muy intenso, y como me había sumado con la inscripción cerrada tuve que rendir como alumno libre. Una vez terminado el examen, Olivera me dijo que fuí el primero que lo hacía para un curso que él dictaba (menos mal que no me lo dijo antes).

Un día le regalé un libro de caos y él me dijo que no era ético que los empleados públicos, como era su caso, aceptaran regalos. No me devolvió el libro, pero me dió otro suyo para compensar los efectos sobre su integridad moral.

El semestre siguiente participé como oyente en otro curso de Topología, y luego haría lo mismo con otro de Integración Estocástica. En este último tuve un «roce» con Mario Firmenich, que describí ya en un post. Además de esta anécdota recuerdo que Olivera me llamó un día la atención porque me senté en el escritorio. Me dijo que las cosas tenían su correspondiente función y que para sentarse estaba la silla. Personaje. También de uno de esos cursos recuerdo el único chiste que le oí contar (aclaro es humor para economistas matemáticos):

Al pasar caminando una señorita agraciada, un amigo le dijo a otro que con ella casi se casaba. ¿Cómo es eso? le preguntó el amigo. Pues le pregunté si se quería casar conmigo y me dijo que no.

Dos anécdotas me contó respecto a su padre, quien fue funcionario en la provincia de Santiago del Estero. Una es que en cierta ocasión que fuera preso por motivos políticos, llevó a la cárcel un libro de Pareto que para el hijo tenía doble valor, por lo escrito por Vilfredo en molde y por su padre en los márgenes. Y la otra es la razón de sus nombres de pila, representando las tres grandes civilizaciones de occidente: romana, griega, y germánica. 

Cuando estaba por viajar al MIT, Olivera me pidió que le enviara saludos suyos a Samuelson, Solow y Dornbusch. Dos años más tarde, cuando terminé los requisitos de cursada y pasé los exámenes generales, Dornbusch me preguntó qué me había parecido la experiencia. Con sinceridad, ya que no tengo mucho filtro, le dije que había aprendido mucho pero que sin embargo no había encontrado a nadie que supiera tanto de Economía como Olivera. A Dornbusch se le borró la sonrisa en un instante, y me dijo que podía ser porque se trataba de una persona que no hacía otra cosa con su vida que leer del tema. Ese día supe que tenía que cambiar de mentor de tesis, y que no había lugar inmune a los celos profesionales. 

De mi estadía en Cambridge solamente una persona casi eclipsa a Olivera, Robert Merton, que daba su clase de Finanzas en tiempo continuo con un estilo equiparable a un maestro de orquesta, respondiendo en forma instantánea todo tipo de preguntas (y usando conceptos que yo sabía de Física con una claridad envidiable). 

La última vez que lo vi a Olivera fue cuando vino a San Andrés a presentar un trabajo en un seminario. Después de almorzar lo llevé al centro en auto y recuerdo estar más preocupado en manejar como si no estuviera en Argentina que otra cosa. Ah, y me pidió que lo dejara en la Facultad, ya que tenía que seguir trabajando. Adiós maestro.

EXPOST: Santiago Chelala, quien fuera co-editor de este blog en sus inicios y tuvo a Olivera como director de su tesis doctoral, escribió una nota en el Cronista Comercial compartiendo sus anécdotas. La transcribo íntegra:

Ayer fue un día de luto para la profesión. Julio H. G. Olivera, maestro de varias generaciones de economistas, falleció a los 87 años.

Nació en Santiago del Estero en 1929, era profesor emérito en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA y es considerado uno de los creadores del estructuralismo latinoamericano, así como de las teorías no monetaria de la inflación y de dinero pasivo.

Le gustaba recordar que John Hicks, uno de los más lúcidos continuadores de la obra de John M. Keynes, dijo públicamente que adhería a su teoría de la inflación estructural.

Vivió con puntualidad kantiana y con una formalidad absoluta en las formas y en la vestimenta, que incluía reloj de bolsillo y sombrero con solapas. También era dueño de un sentido del humor exquisito, que lo hacía estallar en carcajadas, como si fuera un niño. Olivera fue único.

Fue varias veces fue consultado por la Academia Sueca para proponer candidatos al Premio Nobel. En vez le pregunte si le gustaría ganarlo: «No iría a Suecia a buscar un premio, hace mucho frío. Tal vez si fuera en Ecuador», me contestó.

Cuando en 1963, Arturo Illia le ofreció ser ministro de Economía de la Nación, declinó el ofrecimiento porque no quiso deshacer el compromiso previo que había adquirido con la Universidad de Buenos Aires, de la que era rector. Tenía principios de roble.

En una ocasión quise hacerle una entrevista para El Cronista. «Lo siento. Mis formas no son aptas para todo el público. Sería una pérdida de tiempo para el periodista y para mí‘, fue la respuesta, más esquiva que realista.

Cuando se le hablaba del efecto Olivera-Tanzi (que predice el impacto de la inflación en la recaudación de impuestos), otras de sus creaciones, respondía con picardía: «No recuerdo que Tanzi sea mi apellido materno». Cuando alguien citaba un texto suyo de los años 50, lo interrumpía y decía: «¿De 1950? Debe ser de algún antepasado mío».

Para quienes lo conocimos, su perfil humano era incluso más valioso que el académico. Trataba a todo el mundo con la mayor consideración posible, no importaba si se tratara de un ministro, de una personalidad extranjera o de un estudiante. A todos dedicaba su entera atención. Era, antes que cualquier otra cosa, un humanista.

La esgrima era otra de sus pasiones: «Es como el ajedrez pero a la velocidad de la luz», describía.

Cuando hablaba en público, el silencio en la sala se hacía más profundo. Acostumbraba a leer sus discursos, a los que no faltaba ni sobraba una coma. También bromeaba con eso: «desconfiando de mi espontaneidad, traje un discurso», comenzaba.

Durante los últimos años le afectó una fuerte sordera. Entonces pedía «por favor, hable más fuerte, como si usted estuviera dando clase y yo sentado en la última fila. Sabe lo que ocurre, este lugar tiene muy mala acústica».

El cuerpo se fue distanciando de una mente que seguía intacta. Le costaba ponerse el sobretodo, y cuando uno trataba de ayudarlo, sonría y decía «por favor, no me ayude, este es el único ejercicio que hago durante el día».

Conversábamos de una de sus últimas publicaciones cuando vi brillar sus ojos por última vez. El título es «Sobre la existencia de medidas de Ulam», y contiene una conclusión asombrosa que echa por tierra cientos de manuales de economía: la competencia perfecta no existe. Ese día me dijo: «Empíricamente ya sabíamos que la competencia perfecta no existe, lo que no sabíamos es que matemáticamente también es un error. Es un imposible matemático, un chiste intelectual».

Hasta hoy seguía liderando en la UBA los seminarios de economía matemática cada primer viernes de mes, como hace cinco décadas. Por allí pasaron Guillermo Calvo, Rolf Mantel, Juan Sorrouille, Alfredo Canavese, Héctor Diéguez, Ana María Martirena y muchos otros economistas destacados. De seguro que sus miembros más jóvenes, Matías Fuentes, Alejo Macaya, Eduardo Rodríguez y Ariel Abelar serán dignos continuadores.

Muchos otros tomarán su vida y su obra como fuente de inspiración. ¿Acaso hay un legado más importante que una persona puede dejar?

Muchas gracias maestro, lo vamos a extrañar.


Shock y gradualismo II

19/07/2016

Debido al interés que despertó el tema en los comentarios de la última nota (no la más leída, pero récord de comentarios en los últimos años) hoy voy a dedicarme a la discusión de shock versus gradualismo. Si fuera consistente tendría que decir que es una discusión espuria, como dije hace un año en esta nota. Pero, como Peter Sellers en la escena inicial de «La fiesta inolvidable», se resiste a morir, en gran parte porque la «grieta» entre economistas que le dió origen mediático hace un año dista mucho de ser zanjada.

Por un lado tenemos los economistas gradualistas. Estos incluyen a un heterogeneo grupo que comprende heterodoxos, estructuralistas, y ortodoxos que creen que las restricciones políticas no dejan otra alternativa. Del lado de los partidarios del shock están los ortodoxos y unos pocos heterodoxos que creen que el mercado deja poco margen para el gradualismo. Por supuesto que también están los que opinan sin saber, y los políticos ventajistas, pero de esos no voy a hablar hoy.

¿Dónde me ubico yo? Yo soy ortodoxo ma non troppo. Por un lado hice una maestría en el CEMA, pero por el otro me doctoré en MIT, o sea una de cal y otra de arena. Sigo pensando, como en aquella nota del año pasado linkeada arriba, que lo mejor es hacer un shock de expectativas y un cambio gradual en las políticas monetaria y fiscal para reducir tanto la inflación como el déficit fiscal. Las primeras medidas del gobierno apuntaron en esa dirección, pero luego se desdibujaron.

Se logró un shock de expectativas con la salida del cepo y el arreglo con los holdouts. Pero no se mantuvieron las metas de inflación y fiscales anunciadas. Y no queda claro qué set de políticas reemplaza las arrumbadas metas. Un forista recientemente me preguntaba cuánto tiempo puede mantenerse el déficit fiscal alto sin perder la confianza de la economía. Es la pregunta del millón que se puede resolver de dos maneras. Una es aumentando el componente de shock dentro del actual «plan» económico. La otra es esperar, cual plan primavera, que todo explote y después hacer un ajuste salvaje (pero salvaje en serio), cabalgando sobre los escombros.

¿Ahora bien, qué hizo mal el gobierno hasta ahora? En mi opinión lo peor fue otorgar nuevos subsidios y transferencias que aumentan el gasto, sin antes tener en trayectoria descendente los subsidios, y gasto, existentes. Ejemplos abundan: ampliación de la AUH, subsidios nacionales a transporte en provincias que antes no los tenían, aumento de jubilaciones, tarifas sociales (si benefician a consumidores en provincias donde la electricidad y gas estaba cerca del costo), etc.

Entiendo el costado político de anunciar medidas para compensar el ajuste o facilitar la aprobación de leyes en el Congreso, pero primero el gobierno debió asegurar la rebaja del gasto antes de ampliarlo. Hoy el ajuste del gas está bloqueado por la Justicia, sin embargo varias medidas de aumento del gasto fueron aprobadas y se están ejecutando (aunque empiezan a aparecer señales de racionalidad en las carteras «gastadoras» del gobierno).

Al igual que el año pasado voy a terminar con un ejemplo no económico de shock y gradualismo. En la medida que la sociedad reciba más shocks de imágenes de la corrupción K, el poder de Cristina Kirchner y sus secuaces se irá reduciendo gradualmente hasta ser meramente testimonial.

Peter-Sellers

EXPOST: Hablando de aumentos del gasto a la bartola, resulta que la provincia de Buenos Aires, la misma que reclama una actualización del Fondo del Conurbano, dispuso que el boleto estudiantil sea gratuito

La medida alcanza a cuatro millones de chicos y supone una inversión de 143 millones de pesos sólo para este semestre, de agosto a diciembre. El anuncio coincide con el aniversario número 40 de «La noche de los lápices» (ver aparte). «Nunca antes existió el boleto estudiantil totalmente gratuito en la provincia», destacó la gobernador…

Para 2017 también se ampliaría la gratuidad para los viajes en transportes de larga distancia.

Antes que me critiquen, aclaro que me parece perfecto que el boleto estudiantil esté subsidiado. Me parece mal la gratuidad, un subsidio que es ineficiente pues sería mucho mejor, en caso de ser necesario, darle una transferencia a las familias de bajos ingresos y no a todo el que va a una escuela pública o «privada con aporte estatal» (y los colegios religiosos?). Ah, y ya existe y se llama AUH.

Mientras nuestros dirigentes piensen que gobernar es gastar, el desarrollo seguirá siendo una quimera para nuestro país.


Basta de Frey y Osborne! (deseo para el 2016)

29/12/2015

Para terminar el año voy a criticar el uso y abuso en los medios de un paper de Frey y Osborne de 2013. El trabajo se llama «The future of employment: How susceptible are jobs to computerisation». El domingo de la semana pasada en la revista de La Nación Santiago Bilinkis lo cita en una nota sobre qué elegimos estudiar. Sebastián Campanario lo citó al menos tres veces en su columna en el mismo diario. La última en julio al comentar un debate que tuvo lugar en la UBA sobre avance de la tecnología y de la inteligencia artificial en el mundo del trabajo. En dicha nota resume el «aporte» de Frey y Osborne:

Y en cualquier polémica de este campo surge la cita obligada al trabajo de los profesores de Oxford Carl Frey y Michael Osborne, quienes relevaron la tasa de sustitución de máquinas por humanos en cada una de las 702 ocupaciones que releva la secretaría de empleo de los Estados Unidos y llegaron a la conclusión de que el 47% de los puestos podrían ser desafiados por robots o inteligencia artificial en los próximos veinte años.

El bendito 47% lo repiten todas las notas locales e internacionales sobre el tema. Pero no se de nadie que se haya tomado el trabajo de leer críticamente al mismo para darse cuenta que dicho número es cualquier cosa menos científico.

Frey y Osborne se basan en la metodología de un trabajo de Autor, Levy y Murnane publicado en 2003 en el Quarterly Journal of Economics. Allí estiman el cambio en la composición de tareas laborales que se produjo entre 1960 y 1998 en la medida que las computadoras sustituyen y complementan a trabajadores en tareas cognitivas y manuales. Encuentran que las computadoras reducen el insumo laboral en tareas rutinarias y lo aumentan en tareas no rutinarias.

Frey y Osborne tratan de extrapolar, hacia el futuro, cuantas tareas, y por ende trabajos, son susceptibles de ser reemplazados por computadoras. Su objetivo es ver qué fracción del empleo en EEUU está en riesgo de volverse obsoleto en el futuro cercano. Pero en lugar de contar con datos objetivos como Autor et al, tienen que basar su análisis en estimaciones. Y acá viene el talón de Aquiles que copio (página 30 del paper)

To work around some of these drawbacks, we combine and build upon the two described approaches. First, together with a Group of ML researchers, we subjectively hand-labelled 70 occupations, assigning 1 if automatable, and 0 if not. For our subjective assessments, we draw upon a workshop held at the Oxford University Engineering Sciences Department, examining the automatability of a wide range of tasks. Our label assignments were based on eyeballing the O*NET tasks and job description of each occupation… The hand-labelling of the occupations was made by answering the question «Can the tasks of this job be sufficiently specified, conditional on the availability of big data, to be performed by state of the art computer-controlled equipment?»

Las negritas son obviamente mías. No es la primera vez que un trabajo poco serio tiene mucha repercusión mediática. En este caso es comprensible dada la relevancia del tema, tal y como lo aborda por ejemplo Bilinkis en la nota citada.

Aún cuando a muy largo plazo todas las profesiones están amenazadas, a corto plazo algunas están mucho más en riesgo que otras. Tal vez sea por eso que en el intercambio con la audiencia luego de mis conferencias frecuentemente personas en la audiencia consulta mi opinión sobre qué carrera deberían elegir o recomendarle a sus hijos que elijan.

A pesar de que los ingresantes actuales a la universidad son ya nativos digitales nacidos alrededor de 1997, cuando se observan los datos de elección de carrera sorprende ver la gran brecha entre las profesiones que más necesita el mundo hoy y las que mayoritariamente eligen los jóvenes. Una década y media dentro del siglo XXI, seguimos escogiendo carreras del siglo XX.

El desafío de incentivar a los jóvenes a estudiar carreras que serán relevantes en su vida laboral está presente en todo el mundo. Un ejemplo que conozco es el de Dinamarca, donde recientemente han modificado costos y beneficios de los estudiantes para disuadirlos de estudiar Humanidades. Y Frey y Osborne han agitado el avispero al asustar a la gente y a los gobiernos sobre la fragilidad incluso de carreras hoy consideradas sólidas. Pero a lo largo del año hubiera esperado que al menos un periodista, en lugar de repetir el mantra, leyera el paper y aclarara que el 47% es fruta.

Feliz año!