Las victorias de River a Boca y de Argentina a Brasil en días corridos ameritan un poco de fútbol. En particular fue interesante la conferencia que dio el flamante DT millonario después del partido, donde repitió cuatro veces que él era solo “un soldado de Passarella”. La frase es la misma que utilizaron diversos funcionarios, como Guillermo Moreno, Carlos Fernández (ex ministro de Economía para algún desmemoriado) y Ricardo Echegaray, pero referida a Kirchner. El propio Néstor dijo en 2008 “soy un soldado de Cristina”.
Vale preguntarse entonces qué significa en contextos tan diferentes ser un soldado. Como es el rango militar más bajo, a priori no podría tener su correlato con el cargo de ministro, o de secretario de Estado, ni tampoco con el de Director Técnico en Jefe del equipo más grande del país, aunque esté en promoción. La correspondencia no estaría entonces en el lugar que cada uno ocupa en la pirámide de decisiones y hay que buscarla en otro lado.
El soldado no solo se distingue por su pertenencia al escalafón militar más bajo, sino que posee además una actitud especial, producto de su inexperiencia, impericia y falta de combate. Esta ineptitud propia del novato sumada a rígidas reglas explícitas e implícitas lo lleva a mantener de manera inquebrantable una entera sumisión a la autoridad. Esta sumisión es de hecho un deber y una obligación del “buen soldado”.
Pero ni el fútbol ni la administración de la cosa pública pueden asemejarse a la guerra. Una hipótesis sugiere que quienes se autodefinen soldados, pero ocupan cargos elevados y de gran responsabilidad, tengan conciencia de que su autoridad relativa es prestada. Puede haber gratitud, es cierto, pero también la sospecha de que esa autoridad no se ha conseguido en base a méritos propios y que tampoco depende de esos méritos mantenerla, sino del humor del General en Jefe. Al menos en el caso de J. J. López, que ganó un superclásico en el primer partido que dirigió en primera con River, esto parecería evidente.
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