La fobia a Milei

18/09/2023

Por Santiago Gallichio

Nuestro sistema republicano recoge el modelo norteamericano y no el europeo continental. Por ello, existen dos fuentes de legitimidad democrática distintas y, muchas veces, contradictorias: la del Legislativo y la del Ejecutivo, ambos votados por el pueblo. Cuando las divergencias entre uno y otro son altas, compete a ambos encontrar caminos de congruencia que no traben el desarrollo de la república. Sin embargo, el siempre vivo espíritu totalitario señala alertas cuando la discrepancia se agranda. Para esta visión totalitaria, lo único sostenible, la “gobernabilidad”, depende de la cohesión entre el presidente electo y la mayoría legislativa, como si ambos tuvieran la misma tarea que cumplir.

Para este pensamiento totalitario, un triunfo de Javier Milei, en este contexto, sería el más grave peligro para la gobernabilidad, pues apenas contaría con unos 40 diputados (15% de la Cámara) y 8 senadores (11%), en el mejor de los casos. Sin dudas, es más sencillo gobernar con cohesión. También es cierto que, en esas situaciones, el Congreso termina en el conocido rol de ser una mera “escribanía” del Ejecutivo: así se lo denominaba hasta hace no tanto, en pleno apogeo kirchnerista.

Pareciera ser que ni queremos una escribanía ni queremos una gran discrepancia. Pero estas coincidencias se dan muy pocas veces y lo sensato es exigir que quienes ocupan sus lugares elegidos por el pueblo cumplan con sus tareas sin extorsionar al poder más débil. ¿Qué otra cosa están diciendo quienes dicen, como los intelectuales que firmaron cartas abiertas en estos días, que no se debe votar a Milei porque su debilidad legislativa lo terminará transformando en un déspota? Lo que nos quieren decir es que cedamos hoy ante la segura extorsión que el peronismo y JxC le harán a su eventual presidencia y dejemos de votarlo, en aras de la cohesión.

Si el sistema que tenemos es presidencialista y el pueblo elige a un presidente con poco apoyo legislativo, ese presidente tendrá que limitarse a actuar en su esfera de acción legítima, el Ejecutivo, y el Congreso deberá limitarse a la propia. Y ambos deberán encontrar la manera de convivir pacíficamente para llevar el país a un mejor lugar que aquel en el que está actualmente.

Si lo que hay es una preocupación por la gobernabilidad, el espacio de JxC podría reflexionar acerca de por qué se negó a incorporar a Milei cuando Macri lo sugirió para, en cambio, levantar un muro moral que lo dejara fuera públicamente. En JxC sobran las vestiduras rasgadas y falta el trabajo político democrático. No parece suceder lo propio en el peronismo, que, ante la popularidad de un liderazgo, se aviene e intenta cooptarlo e incorporarlo al sistema. Una actitud mucho mejor que la de sus rivales, por cierto. En EE.UU., Trump fue acogido no sin reservas por el partido Republicano y su influjo quedó acotado dentro del sistema, no sin tensiones, claro está.

El dilema de quienes queremos un cambio profundo es cómo elegir entre Milei y Bullrich. ¿Cuál es la duda frente a Bullrich? Primero: la mayoría de su partido JxC no quiere un cambio tan profundo; los radicales más progresistas y los larretistas, claramente no. Podríamos decir que quizá solo la mitad del voto de JxC en las PASO quiera un cambio profundo. Si bien no quiere más kirchnerismo, algo de peronismo, sí. Ricardito Alfonsín tiene la edad suficiente como para expresarlo ya sin tapujos y su voz representa a muchos, aunque Bullrich diga que habla solo por sí mismo. Segundo: cuando intente los cambios profundos podrá pasarle lo que le sucedió a Macri: tendrá trabas internas. Tercero: la profundidad del cambio que alguien de la generación de Bullrich o Melconian pueden ofrecer podría verse limitada por su propia edad cronológica: es una observación meramente pragmática, pero realista. No por otro motivo mucha juventud no se siente tan convocada por ellos como por Milei.

Milei tiene, sin dudas, el diagnóstico más profundo y acertado de la situación actual. Aunque esto no signifique consecuentemente que sea el más indicado para liderar las soluciones. Pero sabemos que sin el diagnóstico adecuado no habrá solución adecuada. Su diagnóstico se resume en la crítica al principio “a cada necesidad corresponde un derecho, independientemente de cómo se lo financie” y su consecuente repudio del concepto de “justicia social”. Un Estado como el argentino que promete todo (o, peor aun, que no puede dejar de hacerlo sistemáticamente) y a la vez ya no puede dar nada es la prueba palmaria de la justeza de su diagnóstico. Sabemos que el peronismo no comparte este diagnóstico. Pero, ¿JxC lo comparte? Bullrich, aparentemente sí. La otra mitad…

Entonces, ¿por qué no pueden trabajar ambos candidatos de manera mancomunada, una vez dirimido quién gobernará el Ejecutivo? Esta ingenua pregunta es la pregunta más relevante. Porque lo que escuchamos desde muchos ámbitos de JxC hoy (aunque es cierto que todavía se trata de una campaña) es que Milei es un autoritario que romperá toda institucionalidad cuando no pueda con las reformas que pretende y, por ese motivo, es lo peor que nos puede suceder: hasta sería mejor que siga el peronismo.

Demasiados supuestos. Milei detesta la casta y, por eso, JxC (que la integra) reacciona. Pero una vez legitimado Milei con el voto popular, si resultara electo, ¿qué actitud tomará JxC? ¿Ayudará a la gobernabilidad para que las reformas profundas, que nadie se anima a hacer, él las pueda hacer? ¿Y qué sucedería si ganara Bullrich y su impulso reformista se viera ahogado una vez más, como sucedió con Macri? ¿Qué panorama tendríamos al final de esa nueva frustración?

El escenario no es tan sencillo como tener o no tener apoyo: los apoyos de media tropa no convencida, como lo es la tropa legislativa de JxC, sirven para llegar al borde del cambio, pero muy probablemente no le permitan cruzar el río a la nueva presidenta. El impulso Milei también es una reacción a esa falta de fuerza, coraje o apoyo que el gobierno de Macri dejó de manifiesto. Y los que lo votan no quieren otra frustración, por lo menos, no una frustración de la misma índole.


La raíz de la grieta

06/01/2021

por Santiago Gallichio

No hace falta hablar más de la grieta, de su existencia, ni de su potencia: nos domina a los argentinos. Pero sí es útil buscar el meollo de su origen, para ver si podemos encontrar la llave que la deje detrás. Mi hipótesis es que el centro de la grieta es la mirada que tenemos respecto de nuestros conciudadanos sumergidos en la exclusión social. Esa parte de la sociedad que se fue hundiendo, principalmente a partir de la crisis iniciada en 2002, con la tremenda devaluación del peso, y que no dejó de hundirse y crecer en número hasta el presente. Y aumentó grandemente con la devaluación iniciada en 2018 y multiplicada en 2020. Con casi 20 años de profundización, hoy hay un tercio de nuestra sociedad que está sumergida en la absoluta exclusión socioeconómica y política. No hace falta decir que el peso argentino se destruyó en exactamente 150 pedazos en el mismo intervalo de tiempo.

Pero la grieta, que es un fenómeno político, no alcanza a los excluidos, ni los interpela: ellos no saben de grietas simbólicas o ideológicas. La grieta es la interpretación que hacemos los no excluidos de los excluidos y de su suerte. Opino, esquemáticamente, que quienes están del lado cambiemita de la grieta consideran que los excluidos son el producto de una economía totalmente estatizada, de una política clientelar iniciada por el peronismo en 1945, el que se beneficia de su existencia y obtiene de ellos su apoyo político, comprando votos. Y que la solución real para los excluidos es la instalación de una verdadera economía de mercado, que incentive el crecimiento económico y los incluya mediante el trabajo. Quienes están del lado kirchnerista de la grieta, en cambio, consideran que los excluidos son el producto de las políticas económicas neoliberales, iniciadas por Martínez de hoz en 1976, continuadas por Menem desde 1991 y retomadas por Macri en 2016, con el FMI como permanente aliado. Y que la solución para los excluidos es una ayuda estatal completa y amplia, en todos los niveles, que les dé una vida digna antes de pedirles ninguna obligación o aporte, lo que considerarían abiertamente injusto e inmoral.

Respecto de las dos terceras partes restantes de la ciudadanía, los “incluidos”, hay menos disidencias, en cambio. Obviamente, como en todo bipartidismo, hay un partido más afín a los trabajadores sindicalizados y otro más afín a las clases más altas y profesionales, con todos los matices propios de una sociedad compleja como las actuales. Ese bipartidismo, que era la típica confrontación política de los ’80 y ’90, con la divisoria peronismo-radicalismo, hoy sigue en pie, pero solo es aplicable a 2/3 de la sociedad y, por lo tanto, no es el discurso político central: lo central es qué hacemos con lo acuciante, que es el tercio de la ciudadanía que está excluida del sistema. Y lo sigue estando por más subsidios paliativos que les dé el Estado. Allí es donde surgen las discusiones políticas encarnizadas y se fue generando “la grieta”.

Hay una ilusión que vale la pena disipar de antemano, porque es la que más confunde en esta discusión. Es la que supone que el kirchnerismo y el peronismo son los representantes de los excluidos, por lo que un gobierno en manos de ese espacio político es la solución natural a este problema. Esta mirada es un error común, que surge de la última experiencia política de representación exitosa de las clases postergadas a manos del peronismo en 1945. Esa experiencia no es extrapolable al presente, aun cuando fue el gobierno de Duhalde en 2002 el que buscó ocuparse de los excluidos y al igual que el de los Kirchner. Ambos buscaron ocuparse, pero no lo hicieron. Crearon paliativos, que el propio Macri mantuvo y acrecentó, pero que, en ninguno de esos casos, sirvieron como solución política. Es interesante escuchar a quienes están más en contacto con estos sectores, como Emilio Pérsico o Juan Grabois: “Creo que es un sistema tóxico y que la política está intoxicada. Creo que la mente va por donde los pies caminan y la clase política está lejos de la gente, no siente como propio el sufrimiento de los demás. Lo puede entender conceptualmente, puede tener una aspiración de justicia social, pero no siente como propio ese dolor y no lo conoce, lo tiene muy lejos.” Obviamente, estos actores también caen en esta confusión y mantienen más esperanza con un gobierno peronista, pero más por no perder la esperanza que por sentir una confianza auténtica.

Hay temas derivados de este tema central que fueron generando construcciones ideológicas a cada lado de la grieta. El más importante es el de la defensa de la república vs. la propuesta cristinista de modificación del sistema: diríamos, hacia una “profundización democrática”. La discusión es interesante en sí misma y reconoce relación con la época, en varios teóricos europeos de corte populista y neocomunista. Podríamos decir que recala en la distinción crucial de James Madison (El Federalista, 10) entre democracia y república: la república como freno al exceso democrático.

Pero más allá de esta interesante discusión, que no es tema de este artículo, quiero señalar su posición estratégica como discusión política: está enraizada en el tema central de la grieta, pues la propuesta cristinista de cambio de sistema hacia una democracia no republicana presupone la certeza de que la república liberal y la economía de mercado son los responsables de la generación del tercio de ciudadanos excluidos. Se trata de una propuesta de solución radical solo justificable en un problema radical: la exclusión de un tercio de la sociedad. No habría necesidad de tal propuesta en una situación no crucial como ésta. No habría grieta, que no es sino una coyuntura radical de la opinión pública, si no hubiera una realidad social crucial como lo es la exclusión masiva.

La situación que se generó en 2002 y se fue agravando en estas dos décadas por incapacidad de encontrar soluciones adecuadas nos enfrentó a una realidad social acuciante e insoportable: la exclusión masiva de millones de compatriotas. Nuestra consciente o inconsciente incapacidad de resolverla nos volvió agresivos con nuestros rivales políticos al punto que hoy creemos que no tenemos ya nada más en común y debemos pasar a las soluciones radicales. Pero ni siquiera el kirchnerismo, que se considera a sí mismo como el que mejor los representa, puede autoengañarse, con 13 años de gobierno en los que la exclusión no dejó de crecer. Radicalizar su mirada en lugar de corregirla no haría más que agravar el problema de los excluidos.

“Hoy tenés dos sociedades, con dos lenguajes distintos, dos culturas distintas, dos circuitos económicos distintos, que tienen algunos puntos de interacción, que somos los movimientos sociales, generalmente los que tratamos de traducir esos dos mundos. Pero hay una muralla invisible que los separa y algunos vamos y venimos.” No hay mejor descripción de la situación que ésta de Juan Grabois. Y esta muralla invisible NO es la grieta: la grieta es la división que tenemos los que estamos de este lado de la muralla al interpretar esa muralla. Mientras nos enfrentamos en torno de esta grieta, la muralla sigue intacta.


Una nueva convertibilidad a $39 (+/- $5)

28/09/2018

por Santiago Gallichio

El programa monetario anunciado el 26 de setiembre de 2018 en el marco del acuerdo con el FMI es el primer programa monetario serio desde la salida de la Convertibilidad, es decir, el primero que se plantea los objetivos e instrumentos necesarios para lograr llevar la inflación a menos del 5% anual. Básicamente, consiste en no emitir más: base monetaria creciendo al 0% hasta junio de 2019.

La base monetaria creció a un promedio del 26% anual desde 2005 hasta hoy. En el gobierno de Macri, a un promedio del 30% (mínimo 15% y máximo 60%). Con ese crecimiento de la base monetaria, la inflación no pudo sino ser lo que fue: entre 20% y 40% anual. Un enorme desquicio que, no por archiconocido para los argentinos, que lo padecemos desde hace 70 años, deja de ser insoportable. Se debe acabar para siempre esta pésima costumbre, porque es la madre de todos nuestros problemas económicos. Este programa monetario tiene el diseño adecuado: si se cumple, va a dar los resultados necesarios. Al menos tenemos programa correcto. Antes, ni eso. ¿34 meses tarde, Presidente Macri? Más vale tarde que nunca.

¿Este programa es recesivo, como dicen todos los analistas, casi sin excepción? Mi respuesta es ésta: ¿acaso la alta inflación, no es recesiva? La Argentina va de una crisis y recesión a otra durante las últimas décadas. La alta inflación no fue una solución para esto. El control de la inflación, en cambio, sí lo es. Por lo tanto, este programa no es recesivo; recesivo es no controlar la inflación.

¿Cuál será la inflación esperada, si el programa se aplica como se anunció? El programa se “beneficia” de dos últimos meses de altísima expansión monetaria: en el bimestre agosto – setiembre, la base creció al 42% interanual. Es decir, esa expansión, producto del rescate de las Lebac, fue la que generó el salto del dólar de $28 a $38 y la que está llevando la inflación al 34%, con tendencia a ese 42% dentro de unos meses. Congelar la base en este nivel alto da un “colchón” de inflación que permitirá que el descenso sea más gradual, y no un shock. Siguiendo las tendencias previas y aplicando el nuevo programa se puede estimar un nivel de inflación de 25% para julio de 2019: no parece un shock contractivo-recesivo ni mucho menos.

¿Cómo se comportará el dólar? El esquema ideado es ingenioso. Se trata de una convertibilidad, porque sólo se compromete a modificar la base (más allá de los ajustes de estacionalidad lógicos, a través Leliq) a cambio de la compra o venta de dólares. Cuando el dólar sube sobre el techo, el Central vende divisas y esteriliza base, con lo cual, en algún momento, el dólar se debe calmar. Lo contrario sucedería si perforase el piso. Es decir, una convertibilidad a $39, pero con una banda de +/- $5, lo que además le permite al Central hacer alguna ganancia (que puede no ser despreciable) por spread.

De nuevo, aquí se empezó el programa con un “beneficio de inventario”: el dólar ya había ajustado a una base como la actual (llegó a estar en $1.3 bn días atrás), que es mucho más elevada que la que correspondería a una inflación de 34%, por lo que el dólar ya está alto respecto de los demás precios de la economía, ya que es el que ajusta inmediatamente. Con la desaceleración de la base implícita en su congelamiento nominal, el dólar más bien tendrá leves presiones a la baja, pero no al alza. Además, se ajustan las bandas en estos primeros 3 meses, para los que no creen del todo en la consistencia del programa. Desde ya, al principio mandan las expectativas y ello podría generar presiones alcistas, pero hasta tanto se demuestre que el programa va en serio, cueste lo que cueste. Ojalá que el nuevo equipo del Central así lo demuestre, sin titubeos.

Y aquí está, para mí, el punto más flojo del programa, aunque podría parecer anecdótico: el equipo del Central es parte del equipo de Hacienda. Ese diseño institucional no garantiza la independencia del Central y traerá sombras en algún momento.

Es cierto que el frente fiscal está blindado por el FMI. Pero eso no indica que vaya a ser sencillo mantenerlo firme. Y ahí la tentación a flexibilizar el programa monetario “un poquito” va a aparecer y, muy probablemente, va a triunfar, dada la estrechísima vinculación de ambos equipos económicos. La archienemiga “dominancia fiscal” del Central, madre de todos los problemas, asomará cuando menos se la espere.

Esto hoy, en la emergencia, parece un detalle menor, pero es bueno tenerlo presente desde el vamos. Podría haber habido otro referente más independiente de Hacienda en el Central y el programa sería mucho más creíble. Y no me refiero a los pergaminos profesionales del equipo, que los tiene de sobra, sino a un tema de buena gobernanza y, de paso, de respeto al espíritu y la letra de la Carta Orgánica. Acabamos de tener un Central flexible y comprensivo a fin del año pasado y así nos fue.

Están sentadas las bases para salir de la crisis de manera muy sólida. Los timoneles deberán ser férreos y de convicciones inquebrantables. Hasta ahora vienen demostrando ese temple. Ojalá.


Nota en Nada es Gratis

12/09/2018

Este fin de semana escribí una nota sobre nuestro país a pedido del blog español Nada es Gratis. El título es «La última crisis argentina» y la copio a continuación ahora que la han publicado:

Este año Argentina y Turquía lideran lo que probablemente sea un dominó de sudden stops en mercados emergentes. La dinámica es similar en ambos casos, y parece calcada a la de pasadas crisis que se producen al consumir persistentemente por encima de los ingresos. Por ejemplo, la pérdida de confianza, fuga de capitales, y aumento en el riesgo de default, es similar a la que se vio en la periferia de la zona euro a comienzos de esta década.

Aunque estos episodios revelen una dinámica similar, diríamos de libro de texto, difieren en la secuencia de decisiones y shocks que les condujeron al desajuste inicial. Parafraseando a Mario Vargas Llosa, y pecando de falta de originalidad, podríamos preguntarnos cuándo se jodió el plan económico de Mauricio Macri. Recordemos que fue en los primeros días de mayo de este año cuando comenzó la corrida contra el peso alimentada por la pérdida de confianza. En el resto de esta nota trataré de hacer un análisis de las causas mediatas e inmediatas de la última crisis argentina.

En 2011 Cristina Fernández de Kirchner logra la reelección con el 54% de votos. En lugar de corregir los desequilibrios macroeconómicos—peso sobrevaluado y subsidios a la energía y transporte en la ciudad de Buenos Aires y sus suburbios—que permitieron su amplia victoria, el gobierno los acentúa. Lo hace con el objetivo de forzar una nueva candidatura de Fernández de Kirchner en 2015, a pesar que la constitución del país solamente contempla una reelección consecutiva.

Los sueños de “Cristina eterna” se terminan cuando la alianza circunstancial de Sergio Massa, ex jefe de gabinete de Fernández de Kirchner, con Macri se impone en la provincia de Buenos Aires en las elecciones de mitad de mandato en 2013. Fernández de Kirchner sigue gobernando sin corregir los desequilibrios arriba mencionados. Y termina su mandato transfiriendo recursos por aproximadamente 2,5 puntos porcentuales del producto a los gobiernos provinciales dejando al nuevo gobierno una verdadera bomba de tiempo.

Los cuadros técnicos de la alianza Cambiemos discutieron largamente las políticas que habrían de implementar en caso de ganar las elecciones de 2015. Había desacuerdo sobre el grado de gradualismo y shock que debía tener el necesario ajuste fiscal y tarifario. El ala política defendía un mayor gradualismo consciente del poco margen de maniobra que tendría un gobierno de minorías parlamentarias y casi sin experiencia de gobierno. Dentro del ala económica algunas voces alertaban sobre el riesgo de dilatar el ajuste.

Macri gana las elecciones prometiendo reducir, y eventualmente eliminar, las retenciones a las exportaciones agropecuarias, y el levantamiento del control de cambios. Su equipo confía que éstas, y otras medidas como un pronto acuerdo con los holdouts, conducirían a un crecimiento sostenido apuntalado por la inversión que permita, por un lado reducir la inflación, y por otro lado la eliminación gradual de las distorsiones. En los ojos del nuevo gobierno el país no tenía un problema fiscal sino uno de crecimiento.

Aun y dándole al gobierno el beneficio de la duda respecto a su, un tanto naif, diagnóstico inicial, demostró poca capacidad para adecuar sus políticas a cambios en el contexto. Decidió mantener la baja en las retenciones a pesar de la mencionada transferencia de recursos a los gobiernos provinciales que hace Fernández de Kirchner al final de su gestión. A mediados de 2016 otorga un blanqueo de capitales, que le proporciona un aumento transitorio de recursos, asociado a un aumento permanente en las jubilaciones. Cualquier ilusión que con el blanqueo se materialice la demorada llegada de inversiones se pierde cuando, menos de dos meses más tarde, la Corte Suprema invalida los ajustes tarifarios obligando al gobierno a reducir la velocidad con la cual recortaba subsidios energéticos.

Quizás el ejemplo más doloroso de la incapacidad del gobierno de Macri para sortear obstáculos fue la respuesta que dio a los disturbios violentos que rodearon la sanción, en diciembre del año pasado, de un cambio en la fórmula de actualización de las jubilaciones que implicaba una pérdida en el poder adquisitivo de las mismas. El gobierno no vio en la movilización de los violentos la contracara de su triunfo electoral en las elecciones de mitad de mandato: derrotados en las urnas, la influencia de los kirchneristas se reducía a manifestaciones y protestas. Interpretó los hechos como el reflejo de su propia debilidad para adoptar políticas impopulares.

Así, el intento de entrar en una etapa de “reformismo permanente” quedó sepultado bajo la montaña de piedras que los violentos arrojaron en las puertas del Congreso Nacional. Para compensar los efectos negativos sobre el crecimiento que esto pudiera tener, ya sea por efectos directos o sobre las expectativas, la jefatura de gabinete ideó un asalto sobre la independencia del Banco Central. El 28 de diciembre anunció la flexibilización de la meta de inflación para este año al 15%. Y a los pocos días se recortaron las tasas de interés, dejando en claro que el cambio de la meta no era solamente un cambio en el objetivo de política monetaria, sino también una intromisión sobre como conducir la misma.

Lo notable es que semejante atropello tuvo lugar prácticamente una semana después que en Estados Unidos se sancionara la reforma tributaria impulsada por Donald Trump. Con un mínimo de conocimiento de macroeconomía se podía inferir que una política fiscal más laxa iba a forzar a la Reserva Federal a acelerar la velocidad con la cual estaba aumentando la tasa de interés de referencia. La divergencia en los niveles de riesgo país de la Argentina y el resto de los países latinoamericanos desde fines del año pasado indica que, para los mercados financieros, la decisión de la jefatura de gabinete marcó el momento en que el gobierno terminó por cavar su propia tumba.

Se me ocurren dos explicaciones para esta cadena de errores desde el comienzo del mandato de Macri. Por un lado un estilo de conducción muy disperso con 22 ministros sin poder (los cargos que tradicionalmente estaban en Economía llegaron a estar distribuidos en seis ministerios). Por otro lado, quienes detentaban el poder, el jefe de gabinete y sus dos vicejefes, no tenían la formación adecuada. En particular su experiencia en el mundo de los negocios no los preparó para anticipar los efectos de equilibrio general de las políticas implementadas, de las contempladas pero no llevadas a cabo, ni de los cambios en el contexto por shocks externos o acciones de actores institucionales o no institucionales domésticos.

Recientemente Macri expresó su deseo que esta sea la última crisis argentina. Lo será seguro, hasta la próxima.


Una verdadera revolución con globos y papel picado

27/10/2015

por Santiago Gallichio

La llegada de Cambiemos al balotaje presidencial de la Argentina es el inicio de una nueva etapa política en el país. Representa el triunfo de la generación de dirigentes nacidos a la actividad política tras la hecatombe social de 2002, dominada por el grito popular “que se vayan todos”. Quienes se volcaron a la política en esa circunstancia tan peculiar emprendieron una nueva forma de hacer política: sin ideologías omnicomprehensivas, con vinculación directa con el ciudadano, abocados a la gestión de las necesidades directas demandadas por “la gente” de manera explícita, muy lejos de intentar cubrir las “verdaderas demandas del pueblo”, más allá de lo que el propio pueblo demandara.

La “vieja política” quedó personificada en dirigentes lejanos, abusivos y enriquecidos. El militante ideal de esa forma antigua era, en el fondo, el militante comprometido hasta las últimas consecuencias, con su vida entregada a sus ideales, “la juventud maravillosa”. El contraste entre una épica como la de los Montoneros y el festejo del Pro tras el éxito de la primera vuelta electoral del 25 de octubre, con pantalla gigante y globos, y su nueva estrella, la gobernadora electa de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, casi como una animadora festiva, mirando a los ojos a través de la cámara de TV y “hablándote a vos”, no puede ser más profundo.

A quienes tienen hoy una edad que va entre los 45 y los 75 años, les resulta sumamente difícil comprender este cambio sin prejuzgarlo como un signo de profunda decadencia social y superficialidad: es el “no puedo votar a Macri” que tantos sienten. Para ellos, provengan de la ideología que sea, el compromiso militante era un ideal de conducta. Y ese tipo de ideal es un ícono propio de la izquierda. Por eso, la derecha, para esa generación, fue siempre, de alguna manera, una postura política vergonzante.

El 25 de octubre de 2015, esa etapa terminó definitivamente. Y la nueva generación de dirigentes “post crisis 2002” comenzó a gobernar la opinión pública y, muy pronto, el país. Su apariencia de ser predominantemente “de derecha” es simplemente un prejuicio de la generación anterior: nada más. No es un tema de principios ideológicos.

Macri y Massa son parte de esta nueva etapa. El resto de la dirigencia del Pro, por supuesto, también lo es. Scioli, en cambio, no lo es. Ciertamente proviene de la generación previa, a la que se siente obligado a representar. Pero como su personalidad tiene una apariencia más afín con la nueva generación, se siente incómodo y suele sobreactuar. Así, no logra seducir ni a unos ni a otros. Por eso está muy amenazado por la derrota en la segunda vuelta.

La década kirchnerista fue, ahora nos damos cuenta con toda claridad, una sobrerreacción a la crisis de 2002, no su superación. “Más Estado” significó, a la postre, una profundización mayor de la vieja política y el verdadero paraíso para la vieja dirigencia, esa que debería haber sucumbido en ese momento. Los barones del conurbano bonaerense, que fueron los grandes derrotados de este 25 de octubre, se asentaron como nunca antes durante la década K: todo lo contrario de lo que se podía esperar como salida de la crisis de representación política de comienzos de siglo. El nuevo período que se inicia ahora parece ser el que logrará superar definitivamente aquella crisis.

La parte más iluminada del radicalismo y, afortunadamente para ese partido, los que lograron gobernarlo en esta coyuntura se dio cuenta a tiempo y se pudo subir al tren de esta renovación, casi en el último minuto. El resto de la dirigencia filo-radical, simbolizada claramente en la desazón y el sinsentido político que mostró, a la hora del veredicto de las urnas, el frente Progresistas de Margarita Stolbizer, quedó totalmente desairada. Su diferenciación careció de todo sentido. Los radicales que se oponían al acuerdo con el Pro están hoy seguramente agradecidos a su líder, quien les impidió el bochorno y la insignificancia al que los socialistas y otros aliados se sometieron en esta elección. Este mérito de Ernesto Sanz, con la inestimable ayuda de Lilita Carrió, será reconocido cada día más por este sector político.

La segunda vuelta

Sin dudas, la gran disputa que enfrentan Macri y Scioli para el 22 de noviembre es cómo se harán de los votantes de Sergio Massa. Éste se ha puesto en oferta: redactó sus puntos básicos y promete hacer campaña por aquel de los dos que le prometa que mejor los podrá cumplir. Sin embargo, por detrás de esta artimaña, la realidad es que Sergio Massa, si Scioli resulta derrotado, se erigirá en la figura central del peronismo en la Argentina y será el futuro contrincante del presidente Macri en las elecciones de 2019. Si Scioli ganase, en cambio, su futuro quedará truncado y verá cómo sigue la sangría de dirigentes que se había iniciado tras las PASO de agosto.

Por lo tanto, a Massa le conviene sólo un resultado en noviembre: Macri presidente. No está en condiciones de poner condiciones. Macri no debería confiar en integrarlo a su gobierno, sino que debe seguir actuando como sabiamente lo hizo al excluirlo de su frente electoral Cambiemos. El riesgo de Macri es que Scioli logre seducir a ese electorado peronista o filo-peronista de Massa durante el mes de la segunda vuelta. Impedir esta seducción es lo único que Massa y Macri tienen como interés común: después, serán los grandes rivales de la nueva época. Y para fortalecerlo, cuentan con un rasgo en común: a diferencia de Scioli, son ambos parte de la “verdadera nueva política”, que no es la de los K y La Cámpora, ahora queda del todo claro, sino la de los dirigentes de “gestión”, que están cerca de la “gente” y no hablan más de “pueblo” ni de gestas heroicas. Allí está el espacio de trabajo político del mes electoral que resta. Necesita de grandes dirigentes políticos para no cometer errores que echen todo el trabajo por la borda. Pero la mesa está servida para Macri. Y también para Massa.


Encuesta sobre blogs y política

18/02/2015

Juan Sánchez, doctorando en Marketing en la Universidad de Valencia, me pidió que publique una invitación a participar en una encuesta anónima sobre los efectos que la lectura de blogs políticos tiene en la adopción de roles políticos más participativos (breve, lleva 8-12 minutos). Le servirá para completar su tesis doctoral. Copio su mensaje, que incluye el link a la encuesta: 

Hola a todos,

Mi nombre es Juan Mª Sánchez y soy estudiante de Doctorado en Marketing en la Universitat de València (España). Actualmente estoy desarrollando mi tesis doctoral, que se centra en las relaciones existentes entre la interactividad a través de Internet y la adopción de roles políticos más participativos.

Me gustaría solicitar su colaboración para poder concluir el apartado práctico de mi tesis. Para ello, necesito que cliquen en el enlace que figura a continuación y que completen el breve cuestionario que figura en dicha página web.

Como verán, es un cuestionario sencillo que se responde en apenas 8-12 minutos (reales) y en el que se plantean una serie de enunciados sobre factores relacionados con la lectura de blogs y la participación política.

Mi investigación carece de finalidad comercial y las contestaciones son completamente anónimas. Tampoco se requieren conocimientos previos ni existen respuestas correctas o erróneas, lo realmente relevante es su libre opinión acerca de los temas planteados.

Clique por favor en este enlace para participar.

Muchas gracias por su colaboración.

Un cordial saludo,

Juan Mª Sánchez Villar

Universitat de València


¿Qué representa YPF en la Economía Española?

23/04/2012

por Enrique Fleischmann

La semana empresarial y política Española fue marcada por la declaración de la Presidenta Argentina sobre una expropiación de la participación de Repsol en YPF. El Gobierno Español no se hizo esperar, y salio a los medios con declaraciones que no dejan sitio para la imaginación, como por ejemplo las palabras de Jefe de la Diplomacia Española:
García Margallo asegura que si no lo hiciésemos, «dejaríamos de ser un país»
El Gobierno español defenderá siempre los intereses de nuestras empresas en el exterior
El ministro de Asuntos Exteriores español, José Manuel García-Margallo, ha asegurado en su comparecencia en la Comisión de Asuntos Iberoamericanos del Senado que «el Gobierno español defenderá a las empresas españolas en el exterior con todos los medios a su alcance». (La Razon 17 de Abril 2012)

¡Vaya declaracion! Yo diría que condicionar la existencia de un país milenario con intereses petroleros no es algo exagerado sino es una declaración irritante si se recuerda que en esta misma semana el Ministro levanto la mano contra de los intereses de otros millones de ciudadanos . Me refiero a los recortes de 10.000 millones de Euros en sanidad y educación, medidas que sin lugar a duda afectaran las vidas, (y no solo los bolsillos….) de sus compatriotas más humildes. Mi pregunta es: No sería coherente proteger el ciudadano de pie como una manera de “ser un País”? O quizá el Sr. Ministro cree que solo las empresas tienen el derecho de disfrutar de la protección del Estado?? Este simple contraste refuerza la tesis ,defendida por muchos progresistas, que ve  la “Nación” (“Estado”, “Nacionalidad” o lo que sea en cualquier idioma) como un organismo ideado y dedicado al servicio de unos sectores muy específicos (y en contra de otros). Eso si, todo  detrás de una fina capa de apariencia de “representación del interés comun”…..

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Hechos no palabras y en lo posible hechos coherentes

13/03/2012

por Ariel Meije

Como en todos los ámbitos, pero especialmente en la política, creo que hay que dedicarle más tiempo al análisis de los HECHOS que al de las PALABRAS. Sobre todo en un país en donde nuestros dirigentes hablan mucho, dicen pavadas, o defienden lo indefendible.

Por eso, luego que Mariano Recalde anunciara todas las medidas que aplicaría para renovar la gestión de Aerolíneas Argentinas (en adelante, AR), las cuales había “consensuado” con CFK, tomé nota de las mismas para tenerlas presente, pues no tenía muchas esperanzas que sucedieran. En especial porque estos anuncios se realizaban en el marco de una puja con uno de los sindicatos más pesados de la industria aerocomercial (APTA, sindicato que tiene la personería gremial para representar al personal técnico) y se realizaron luego de haber traspasado el control de tránsito aéreo nuevamente a la Fuerza Aérea (recordemos que NK había hecho el traspaso a la órbita civil en el año 2007). Todas las medidas anunciadas eran muy coherentes desde el punto de vista económico, lo que hacía su cumplimiento más inverosímil todavía.

A fines de febrero taché el primer punto de mi lista: efectivamente AR desprogramó a los viejos e ineficientes aviones Boeing 747 con los que volaba a Madrid en forma diaria (nota al margen: La semana pasada se lo llevó Moreno para ir a comer un asado a Angola con sus amigos, pero no vuela más en forma regular). El objetivo es dejar de quemar combustible, tema que últimamente está ardiendo en el Gobierno.

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¿Por qué no voté a Cristina?

27/10/2011

por Santiago Gallichio

El 14 de agosto, muchos de los que éramos opositores al kirchnerismo caímos en la cuenta de que algo de lo que criticábamos no estaba tan mal, si Cristina se había alzado con más de la mitad de los votos en las primarias y se encaminaba a aumentar su caudal en octubre, ante la deserción opositora. Hoy, dos días después del 54% de los votos obtenidos por la Presidenta el 23 de octubre, todavía somos un 46% de la sociedad los que no votamos por Cristina. ¿Por qué no votamos a Cristina?

En primer término, debo hacer un reconocimiento, que es el que seguramente prioriza la mitad de los argentinos. El kirchnerismo se ocupó de los marginados, así como el peronismo de 1945 se había ocupado de los trabajadores. Nadie lo había hecho hasta entonces de manera directa, tocándolos con las manos, dándoles dinero, viviendas y otros bienes, permitiéndoles la protesta en las calles y la ocupación de terrenos donde vivir. El kirchnerismo logró mantener el crecimiento económico y redistribuyó el ingreso a favor de los trabajadores, sobre todo, los sindicalizados. El kirchnerismo se ocupó también de otros marginados (argentinamente insólitos) del sistema económico: los artistas, los intelectuales y los científicos. Con esto solo basta para explicar el 50% de los votos, sin dudas.

Pero en 1995, Carlos Menem también obtenía el 50% (49,94%, para ser preciso) de los votos en su reelección presidencial, aunque parezca mentira para muchos hoy. Y se podría haber dicho entonces que Menem se había ocupado de darle estabilidad al peso, tras años de inestabilidad, que con ello muchos jóvenes profesionales estaban pudiendo acceder a una vivienda propia a través del crédito de largo plazo, que las empresas prestadoras de servicios públicos por fin empezaban a funcionar de manera normal, que entraban inversiones extranjeras a un ritmo hasta entonces desconocido, etc. Y todo eso bastaba seguramente para explicar el 50% de los votos que obtuvo Menem, entre ellos, el mío. Y seguramente también, entonces, quienes no lo habían votado ni se podían explicar por qué los demás lo hacían, se tuvieron que preguntar en qué se estaban equivocando. Y los más honestos no habrán cedido a la tentación del “voto licuadora”, como yo ahora, que pretendo ser honesto, tampoco cedo al “voto LCD”. Algo más hubo y hay en un 50% de adhesión a un Presidente.

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Avance K sobre el mercado aeronáutico

26/09/2011

por Ariel Meije

Hace casi un mes, en esta nota en La Nación, se daba cuenta del avance del Estado sobre la industria aérea argentina. Si bien la noticia es relevante, desde mi punto de vista se quedaron cortos.

El  disparador de la noticia es que el Organismo Regulador del Sistema Nacional de Aeropuertos (ORSNA) había quedado en manos de Manuel Balardón, un abogado K vinculado a La Cámpora. Junto con Recalde (AR) y Granados (ANAC), Balardón (ORSNA) constituye la tercera pata de una mesa chica en donde se decide la forma de operar de una industria compleja, con pocos jugadores y con una enorme capacidad de generar recursos.

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