Borrador de medidas económicas

14/12/2023

Prioridad uno, blindaje

20/11/2023

La fobia a Milei

18/09/2023

Por Santiago Gallichio

Nuestro sistema republicano recoge el modelo norteamericano y no el europeo continental. Por ello, existen dos fuentes de legitimidad democrática distintas y, muchas veces, contradictorias: la del Legislativo y la del Ejecutivo, ambos votados por el pueblo. Cuando las divergencias entre uno y otro son altas, compete a ambos encontrar caminos de congruencia que no traben el desarrollo de la república. Sin embargo, el siempre vivo espíritu totalitario señala alertas cuando la discrepancia se agranda. Para esta visión totalitaria, lo único sostenible, la “gobernabilidad”, depende de la cohesión entre el presidente electo y la mayoría legislativa, como si ambos tuvieran la misma tarea que cumplir.

Para este pensamiento totalitario, un triunfo de Javier Milei, en este contexto, sería el más grave peligro para la gobernabilidad, pues apenas contaría con unos 40 diputados (15% de la Cámara) y 8 senadores (11%), en el mejor de los casos. Sin dudas, es más sencillo gobernar con cohesión. También es cierto que, en esas situaciones, el Congreso termina en el conocido rol de ser una mera “escribanía” del Ejecutivo: así se lo denominaba hasta hace no tanto, en pleno apogeo kirchnerista.

Pareciera ser que ni queremos una escribanía ni queremos una gran discrepancia. Pero estas coincidencias se dan muy pocas veces y lo sensato es exigir que quienes ocupan sus lugares elegidos por el pueblo cumplan con sus tareas sin extorsionar al poder más débil. ¿Qué otra cosa están diciendo quienes dicen, como los intelectuales que firmaron cartas abiertas en estos días, que no se debe votar a Milei porque su debilidad legislativa lo terminará transformando en un déspota? Lo que nos quieren decir es que cedamos hoy ante la segura extorsión que el peronismo y JxC le harán a su eventual presidencia y dejemos de votarlo, en aras de la cohesión.

Si el sistema que tenemos es presidencialista y el pueblo elige a un presidente con poco apoyo legislativo, ese presidente tendrá que limitarse a actuar en su esfera de acción legítima, el Ejecutivo, y el Congreso deberá limitarse a la propia. Y ambos deberán encontrar la manera de convivir pacíficamente para llevar el país a un mejor lugar que aquel en el que está actualmente.

Si lo que hay es una preocupación por la gobernabilidad, el espacio de JxC podría reflexionar acerca de por qué se negó a incorporar a Milei cuando Macri lo sugirió para, en cambio, levantar un muro moral que lo dejara fuera públicamente. En JxC sobran las vestiduras rasgadas y falta el trabajo político democrático. No parece suceder lo propio en el peronismo, que, ante la popularidad de un liderazgo, se aviene e intenta cooptarlo e incorporarlo al sistema. Una actitud mucho mejor que la de sus rivales, por cierto. En EE.UU., Trump fue acogido no sin reservas por el partido Republicano y su influjo quedó acotado dentro del sistema, no sin tensiones, claro está.

El dilema de quienes queremos un cambio profundo es cómo elegir entre Milei y Bullrich. ¿Cuál es la duda frente a Bullrich? Primero: la mayoría de su partido JxC no quiere un cambio tan profundo; los radicales más progresistas y los larretistas, claramente no. Podríamos decir que quizá solo la mitad del voto de JxC en las PASO quiera un cambio profundo. Si bien no quiere más kirchnerismo, algo de peronismo, sí. Ricardito Alfonsín tiene la edad suficiente como para expresarlo ya sin tapujos y su voz representa a muchos, aunque Bullrich diga que habla solo por sí mismo. Segundo: cuando intente los cambios profundos podrá pasarle lo que le sucedió a Macri: tendrá trabas internas. Tercero: la profundidad del cambio que alguien de la generación de Bullrich o Melconian pueden ofrecer podría verse limitada por su propia edad cronológica: es una observación meramente pragmática, pero realista. No por otro motivo mucha juventud no se siente tan convocada por ellos como por Milei.

Milei tiene, sin dudas, el diagnóstico más profundo y acertado de la situación actual. Aunque esto no signifique consecuentemente que sea el más indicado para liderar las soluciones. Pero sabemos que sin el diagnóstico adecuado no habrá solución adecuada. Su diagnóstico se resume en la crítica al principio “a cada necesidad corresponde un derecho, independientemente de cómo se lo financie” y su consecuente repudio del concepto de “justicia social”. Un Estado como el argentino que promete todo (o, peor aun, que no puede dejar de hacerlo sistemáticamente) y a la vez ya no puede dar nada es la prueba palmaria de la justeza de su diagnóstico. Sabemos que el peronismo no comparte este diagnóstico. Pero, ¿JxC lo comparte? Bullrich, aparentemente sí. La otra mitad…

Entonces, ¿por qué no pueden trabajar ambos candidatos de manera mancomunada, una vez dirimido quién gobernará el Ejecutivo? Esta ingenua pregunta es la pregunta más relevante. Porque lo que escuchamos desde muchos ámbitos de JxC hoy (aunque es cierto que todavía se trata de una campaña) es que Milei es un autoritario que romperá toda institucionalidad cuando no pueda con las reformas que pretende y, por ese motivo, es lo peor que nos puede suceder: hasta sería mejor que siga el peronismo.

Demasiados supuestos. Milei detesta la casta y, por eso, JxC (que la integra) reacciona. Pero una vez legitimado Milei con el voto popular, si resultara electo, ¿qué actitud tomará JxC? ¿Ayudará a la gobernabilidad para que las reformas profundas, que nadie se anima a hacer, él las pueda hacer? ¿Y qué sucedería si ganara Bullrich y su impulso reformista se viera ahogado una vez más, como sucedió con Macri? ¿Qué panorama tendríamos al final de esa nueva frustración?

El escenario no es tan sencillo como tener o no tener apoyo: los apoyos de media tropa no convencida, como lo es la tropa legislativa de JxC, sirven para llegar al borde del cambio, pero muy probablemente no le permitan cruzar el río a la nueva presidenta. El impulso Milei también es una reacción a esa falta de fuerza, coraje o apoyo que el gobierno de Macri dejó de manifiesto. Y los que lo votan no quieren otra frustración, por lo menos, no una frustración de la misma índole.


Cambio por el Juntos

29/08/2023

Ideas para un plan, fin

31/07/2023

Ideas para un plan, 4

07/06/2023

En las anteriores entradas sugerí tomar la ratificación del acuerdo comercial entre la Unión Europea y el Mercosur como la piedra angular sobre la cual reconstruir la credibilidad del país, e implementar una convertibilidad temporal para acelerar esta reconstrucción usando el potencial del país en el sector agropecuario, minería y petróleo para producir la «lluvia de inversiones» que no llegó hace ocho años. Pero como quedó dicho entrelíneas en la última entrada, fijar el tipo de cambio (o dolarizar) no sirve sin reformas que eliminen el déficit fiscal estructural.

En la entrada de hoy me abocaré a este punto, nada sencillo, del ajuste. Es interesante que según los medios los economistas de JxC estarían todos de acuerdo en que hay que hacer un fuerte ajuste fiscal y que el mismo debe ser hecho en forma de shock. Tomo como ejemplo esta nota de Jorge Fontevecchia en Perfil de hace diez días.

Los candidatos a presidente de Juntos por el Cambio, tienen visiones sobre la realidad diferentes, mientras que sus economistas parecen haber atravesado un proceso de homogeneización del pensamiento llamativo. No importa que sean radicales de Gerardo Morales o de Facundo Manes, del PRO de Rodríguez Larreta o de Patricia Bullrich, entre los economistas de Juntos por el Cambio pareciera haber solo halcones…

Juntos por el Cambio si realmente pretende ganar las elecciones, más aún, si pretende luego gobernar con éxito, debería abandonar la ideas económicas, financieras y monetaristas que caracterizaron a la presidencia de Macri y elaborar un plan heterodoxo que combine la estructura no recesiva del Plan Austral con las reformas que luego lo consoliden, sin generar en la población ajuste, y por el contrario, generando rápido alivio.

Además de acentuar su pluma partisana, Fontevecchia cae en el error común de imaginar un plan heterodoxo mágico que no genere ajuste, sino «rápido alivio». Pero este no es el punto que más me interesa de su nota, sino recalcar que aunque los economistas de JxC estén muy de acuerdo en las reformas que hay que hacer, los precandidatos a presidente piensan muy distinto y no me imagino a Gerardo Morales, para dar un ejemplo, apoyando un recorte de gasto o siquiera una apertura de la economía. Y como sabemos ni la política puede hacer lo que la economía no permite, ni la economía puede hacer lo que la política no quiere.

Todo plan de ajuste es doloroso para al menos un sector de la población. El truco está en maximizar el ahorro fiscal minimizando el costo (tanto de los que sufren el ajuste como el costo político de implementarlo). En este blog he escrito varias veces sobre la reforma del sistema de jubilaciones. Es una verdad casi universalmente aceptada que como está diseñado es inviable. Para repasar estas ideas el lector puede ver este viejo post de 2010 y buscar otros en el archivo.

A estas ideas agregaría una nueva, que consiste en pasar a un sistema de beneficio igual para todos los aportantes (siempre y cuando tengan el mínimo de años de contribuciones que sugiero deben ser 40). Esto haría al sistema mucho más redistributivo y la haría inmune a uno de los defectos de los gobiernos populistas: aumentar solamente la jubilación mínima. En el mundo la mayoría de los países que tienen sistema social de este tipo tienen menor gasto (pues en esencia se da una buena jubilación solamente a los trabajadores de bajos ingresos, digamos debajo de la mediana). Anunciar una reforma integral que contemple un beneficio uniforme reduciría en forma significativa el gasto previsional futuro y al ser robusta a shocks políticos afectaría positivamente las expectativas.

Otra verdad casi universalmente aceptada es que el gasto público es muy ineficiente. Esto permite reducir el gasto con poco costo. Un ejemplo fue el intento del gobierno de Macri de eliminar pensiones por invalidez que estaban flojas de papeles. Esa administración no supo comunicar lo que quería hacer y el intento terminó en la nada pero se puede plantear que todos los casos deben ser revisados antes de, digamos, seis meses para no perder el beneficio. El resto es diseñar adecuadamente la implementación para que sea factible tanto para el gobierno como para los beneficiarios legítimos.

Otro ejemplo es el de las pensiones no contributivas para madres de 7 hijos. Este viejo programa debió haber sido discontinuado luego de la implementación de la AUH pero el Estado (fofo?, bobo?) argentino dejó que lo siguieran desangrando. Una vez vi las planillas de gasto y me llamó la atención lo abultado de este rubro. Y eso que le dediqué 15-20 minutos, no me quiero imaginar lo que un grupo de jóvenes economistas motivados podrían encontrar para podar!

Las tarifas son un número cantado para subir, de nuevo en forma escalonada desde casi cero porque los aumentos en forma porcentual de pagar $1 a $20 generan titulares más dramáticos que los informes del frente de guerra en Ucrania. También eliminar el carácter perpetuo que tiene hoy en día los planes sociales (vale la penar recordar la nota por el décimo aniversario del blog en la cual hablé de esta racionalización de los planes sociales)

En cuanto a los impuestos no soy partidario de realizar grandes bajas hasta no haber podido bajar en forma consistente y persistente el gasto (en viejas notas repetidamente critiqué al gobierno de Macri por aumentar el gasto y bajar impuestos al comienzo de su gestión). Si se firma el acuerdo comercial con la Unión Europea las retenciones van a bajar en el futuro. No las bajaría antes que sea necesario y aprovecharía los últimos años de esta renta para acolchonar y suavizar el ajuste.

Hay que sincerar que el impuesto a la ganancia es un impuesto a los ingresos que debiera ser pagado por una parte importante de los trabajadores (al menos el 40%). En parte es un problema de nombre ya que el salario no es una ganancia, y en parte es un problema que nadie quiere pagar impuestos (pero porqué nadie chilla por las contribuciones solidarias a los sindicatos y otros descuentos en el salario?). Pero esta batalla cultural vale la pena pelearla. Sugiero cobrar una alícuota baja y que suba en forma muy gradual con un techo relativamente bajo.

Este es solo un rosario de ideas para balancear las cuentas públicas. Lo importante es que el próximo gobierno esté convencido que el tiempo de las fiestas populistas se ha terminado (al menos por un buen tiempo) y que encare las reformas fiscales de forma decidida. La misma decisión deberá mostrar para las reformas estructurales, pero ese será tema de otra nota.


Seguro de desempleo

21/10/2021

En Argentina se ha vuelto a discutir una reforma laboral. En particular hay un ante-proyecto (o globo de ensayo) que busca reemplazar la indemnización por despido por un seguro de desempleo.

Desde una perspectiva técnica los dos mecanismos funcionan igual, un trabajador que es despedido cobra una indemnización. Pero los incentivos de los empleadores son diferentes. En el caso actual la indemnización debe ser pagada al momento del despido mientras que con el nuevo esquema se paga durante la vida laboral del empleado con la contribución a un «fondo».

Me dirán que en la ausencia de fricciones los sistemas siguen siendo equivalentes pues nada impide a una empresa depositar el equivalente al incremento de la indemnización futura cada vez que el paso del tiempo implica un aumento en el derecho del empleado. Pero no vivimos en un mundo ideal, menos en Argentina.

Con el régimen de seguro de desempleo las empresas tendrían menos trabas para despedir a sus trabajadores y esto lo advierten los sindicatos, principales críticos del proyecto. Los autores del proyecto lo saben, pero valoran la flexibilidad que el régimen le daría a las empresas para ajustarse a shocks. Y suponen, creo correctamente, que las empresas no usarían el mayor poder para amedrentar a sus empleados: En un mercado competitivo las empresas explotadoras verían como sus trabajadores migran a otras.

Si es cierto que el cambio en el balance de poder podría reducir el promedio de los salarios. Pero estimo que el efecto sería cuantitativamente pequeño (extrapolando por cambios pasados en los régimenes laborales durante 30 años). Y si las empresas vieran que esta mayor flexibilidad les aumenta su valor (porque antes shocks negativos reducen sus pérdidas) incrementarán la inversión y por ende aumentará la productividad laboral y con ella los salarios.

Cómo habría que pensar este régimen de seguro de desempleo para que aumente la probabilidad de ser aceptado por los sindicatos y sea persistente en el tiempo?

Por un lado el «fondo» al cual se pagan las contribuciones no debiera ser un fondo privado. Lamentablemente en la Argentina caja que se crea es caja que se termina expropiando. Con el recuerdo de las AFJP fresco en la memoria es razonable pensar que el día que el Estado tenga una necesidad de financiamiento importante manoteé los fondos y asuma el pago de las indemnizaciones.

Por ello es preferible hacer al sistema directamente estatal: las contribuciones se pagan a un fondo público y este paga las indemnizaciones cuando se producen los despidos. Por supuesto que tiene que estar bien regulado para asegurarse que el fondo sea capaz de enfrentar estas obligaciones, y con incentivos para que el gobierno de turno no busque impedir despidos para hacerse de estos fondos (sobre esto ver comentario más adelante).

En el futuro si el país gana credibilidad se podrá pensar en «privatizar» el esquema para darle más profundidad al mercado de capitales doméstico. Pero hoy estamos a años luz de tener una macro ordenada y resiliente (también ver comentario más adelante).

Con respecto a la posición de los sindicatos, imagino que agregarle al sistema un componente que encarezca los despidos cuando hay fuertes shocks agregados podría ser la llave que los acerque a aceptar el cambio.

Nuestros sindicalistas, con todos sus defectos, (creo) son conscientes que a nivel micro es valioso que las empresas pueda ajustarse cuando enfrentan shocks. Entienden que la contracara es aumentar el empleo en el boom. Pero son muy aversos al riesgo agregado de pérdida de trabajo. De ahí la doble indemnización y prohibición de despidos que tuvimos estos dos últimos años, y también luego de la crisis de 2001.

Si el nuevo régimen estableciese, de manera automática, que las empresas deberían pagar una indemnización supletoria según las condiciones agregadas se crearía esta fricción para sostener el empleo en crisis. Por ejemplo, si en el mes que se producen los despidos el empleo a nivel agregado (a nivel nacional o puede ser regional, pero a mayor nivel que el provincial para provincias pequeñas) no cae no habría indemnización suplementaria. Si cae hasta X% la indemnización extra sería de un 20%, si cae 2X%, de un 40%, etc., con un tope en 100%.

Esto moderaría los despidos en una crisis y si los legisladores quisieran podrían establecer condiciones objetivas para prohibir los despidos. Lo cual ayudaría con el punto anterior ya que, como mencioné arriba, si los fondos de despido son administrados por el Estado habría incentivos a impedir despidos para usar los fondos en una crisis.

No se qué tan claro le queda al lector llegado a este punto en la nota. Pero encuentro difícil escribir sobre política económica para Argentina en este contexto volátil. Ideas que pueden ser provechosas para un 90% de la población naufragan por restricciones políticas y de grupos de interés. Como dice Carlos Melconian en una nota hoy en La Nación, donde nos advierte que nos esperan dos años de inestabilidad macro con alta inflación:

Vienen tiempos de administrar, de elongar la inestabilidad cambiaria-inflacionaria. No son tiempos de reprimir ni congelar. Tampoco son tiempos de un reacomodamiento nominal de variables “a la carga, Barracas” sin plan de estabilización detrás: dicho en otras palabras, no es momento propicio para tentarse con un “San Remes”, es decir, un “vómito desintoxicante a la 2002″: sería hasta contraproducente dado la actual inestabilidad política, macroeconómica, la pobre situación de reservas del BCRA, el país descapitalizado y la fuerte inercia inflacionaria. Ni hay margen para un “plan bomba” a la 2015, porque esta vez le estallaría antes al propio Gobierno. Son tiempos de políticas económicas para aguantar, de elongación y transición “a la Jorge Wehbe 1973 y 1983″. De surfeo, tener los pies sobre la tierra, sin buscar la heroica ni la irresponsabilidad de esconder la inestabilidad debajo de la afombra. 


Centenario del Armisticio

11/11/2018

Hoy se cumplen 100 años del fin de la Primera Guerra Mundial. Todos los medios del mundo lo recuerdan, y marcan paralelismos entre la situación actual de incertidumbre política y económica con la inestabilidad del mundo de entreguerras. Copio a Marc Bassets en una nota hoy en El País,

«Las razones del fracaso de la paz en 1918 constituyen una llamada de atención para el mundo de 2018», dice a EL PAÍS el politólogo Dominique Moïsi, consejero especial del Instituto Montaigne y autor, entre otros libros, de La geopolítica de las emociones. «En 1918», añade, «vimos que el armisticio no traía la paz, por dos razones importantes. Los vencedores fueron demasiado rígidos en sus exigencias hacia Alemania, y porque la organización internacional que se construyó, la Sociedad De Naciones, fue demasiado débil. Es decir, una mezcla de nacionalismo demasiado fuerte e internacionalismo demasiado débil. Hoy reencontramos esta combinación».

Palabras como pueblo, identidad o nación vuelven al primer plano. «Hay una crisis identitaria ligada a la mundialización», explica Moïsi. «Cuanto más global, interdependiente, transparente es el mundo, más se han lanzado los ciudadanos a una búsqueda identitaria, poniendo de relieve el culto de la diferencia, aunque esta diferencia sea cada vez más marginal. Y ahí vemos el efecto de una mundialización, que para muchos ha sido desdichada».

Nacionalismo es una palabra ambigua, de difícil definición, como populismo.

Katrin Bennhold del New York Times se pregunta en esta nota hoy si puede sobrevivir el orden liberal en Europa en la medida que se diluye la memoria de la guerra.

The anniversary comes amid a feeling of gloom and insecurity as the old demons of chauvinism and ethnic division are again spreading across the Continent. And as memory turns into history, one question looms large: Can we learn from history without having lived it ourselves?

In the aftermath of their cataclysmic wars, Europeans banded together in shared determination to subdue the forces of nationalism and ethnic hatred with a vision of a European Union. It is no coincidence that the bloc placed part of its institutional headquarters in Alsace’s capital, Strasbourg.

But today, its younger generations have no memory of industrialized slaughter. Instead, their consciousness has been shaped by a decade-long financial crisis, an influx of migrants from Africa and the Middle East, and a sense that the promise of a united Europe is not delivering. To some it feels that Europe’s bloody last century might as well be the Stone Age…

Historians guard against drawing direct parallels between the fragile aftermath of World War I and the present, pointing to a number of notable differences.

Before World War I, a Europe of empires had just become a Europe of nation states; there was no tried and tested tradition of liberal democracy. Economic hardship was on another level altogether; children were dying of malnutrition in Berlin.

Above all, there is not now the kind of militaristic culture that was utterly mainstream in Europe at the time. France and Germany, archenemies for centuries, are closely allied.

“What is being eroded today, is being eroded from a much higher level than anything we had ever achieved in Europe in the past,” said Timothy Garton Ash, professor of European history at the University of Oxford.

La semana pasada Adam Hochschild escribió una nota en New Yorker en la cual condena la «locura» de seguir luchando durante seis horas entre la firma del armisticio y su entrada en vigor: al menos 2738 soldados murieron ese 11 de noviembre (8206 fueron heridos o desaparecidos). Además nos recuerda que en lugar de un acuerdo de paz, el armisticio fue una rendición demandada por los aliados, cuyos términos en gran medida sembraron las condiciones para la Segunda Guerra Mundial. Pero no necesariamente por las razones usualmente esgrimidas:

Traditionally, the Treaty of Versailles, signed in June of 1919, has been blamed for the war’s disastrous aftereffects. Schoolbooks tell us that Germany was humiliated: forced to give up territory, pay huge reparations, and admit guilt for starting the war. Hitler did indeed thunder a great deal about Versailles. But, two years after the treaty was signed, the amount of reparations was significantly but quietly reduced. The territory that Germany lost contained only about ten per cent of its people, many of whom were not ethnic Germans. Despite its flaws, the treaty was far less harsh than many imposed on other nations that had been defeated in war. The problem was something else: when the war came to an end, at the eleventh hour of the eleventh day of the eleventh month of 1918, few Germans considered themselves defeated. The resentment that led to a new cataclysm two decades later was really forged by the Armistice.

To begin with, the Armistice was not an armistice; the Allies, in effect, demanded—and received—a surrender. Yet German civilians had no idea their vaunted military was starting to crumble. Their ignorance was a fateful result of unrelenting propaganda. This was the first war in which both sides invested huge resources in whipping up patriotic fervor with posters, films, pamphlets, postcards, plays, children’s books, and more. The German military controlled press censorship, keeping all word of mass desertions, for instance, out of the papers. As the tide turned against Germany, in the second half of 1918, the country’s propaganda for home consumption fully parted ways with reality, remaining relentlessly triumphal to the last. The apparent German retreat? A mere temporary setback. Even a few weeks before the Armistice, the country’s newspapers were still running stories about an imminent final victory.

The illusion was aided by the fact that almost all the combat had been, to the very end, on foreign soil. The only major fighting inside Germany, in the war’s opening weeks, had ended in a spectacular rout of Tsar Nicholas II’s inept invading troops. What’s more, in the Peace of Brest-Litovsk, in early 1918, Russia had yielded to victorious German and Austro-Hungarian troops more than a million square miles of fertile land, largely in what today is Ukraine, Poland, Belarus, and the Baltic states. Who ever heard of a country surrendering under such conditions?…

Finally, as soon as the Armistice took effect, most German troops marched home in good order, regimental flags flying proudly. (What looting they did on the way was in occupied France and Belgium, not in Germany itself.) As they paraded through German cities, they were welcomed by crowds throwing flowers. Friedrich Ebert, the socialist chancellor who took office two days before the Armistice, greeted soldiers at Berlin’s Brandenburg Gate as having returned “unconquered from the field of battle.” As far as most Germans could see, this was true.

Small wonder that Germans were outraged to learn the Armistice terms, and to see British, French, and American occupation troops march into the Rhineland. If the Army was “unconquered,” who was responsible for these humiliations? Who had betrayed the 1.8 million German soldiers killed in the war? Powerful right-wingers had prepared the ground for the legend of the Dolchstoss, or stab in the back, even as the war was still raging. “We shall win the war when the home front stops attacking us from behind,” Colonel Max Bauer, an influential military strategist, declared in 1918. Others made spurious charges that Germany’s Jews were shirking military service and secured a special census of Jews in the armed forces. The Pan-German League called for a “ruthless struggle against Jews.” Aiding right-wing efforts was the fact that it was the new socialist chancellor, Ebert, who would now be blamed for the harsh terms of the Armistice. And so Hitler had an easy time claiming that the Army had been robbed of victory by the sinister machinations of socialists, pacifists, and Jews. 

Para terminar con este resumen de medios, hoy en La Nación Andrés Reggiani también ve el armisticio como el origen del nazismo. 

Uno de los factores más importantes fue la decisión del gobierno alemán de solicitar un cese del fuego cuando sus fuerzas todavía se encontraban en territorio extranjero. Ante la certeza de que la guerra no podía ganarse, y temiendo que una desbandada de las tropas abriese la puerta a la revolución -para ese momento (septiembre 1918) los bolcheviques se habían hecho con el poder en la vecina Rusia-, los jefes del alto mando Hindenburg y Ludendorff aconsejaron al emperador Guillermo II dejar a los partidos políticos la responsabilidad de negociar la paz. El motín de los marineros de Kiel, chispa que encendió la Revolución de Noviembre, precipitó la caída de la monarquía, pero ello no alteró el plan. Con el traspaso del poder a los social demócratas, las élites que habían buscado la guerra cuatro años antes se libraron de pagar el costo de la derrota y se aseguraron su supervivencia política para el incierto futuro democrático. Fueron esas mismas élites las que primero fabricaron el «mito de la puñalada por la espalda»-según el cual la derrota había sido causada por la traición de socialistas y judíos- y más tarde encumbraron a Hitler. 

La historiografía revisionista ha sostenido que en los siete meses transcurridos entre el armisticio de 1918 y la firma del Tratado de Versalles los alemanes vivieron en un «mundo de ilusiones», imaginando una paz «justa», con términos más propios de un contrato entre iguales que una rendición. Las penurias a las que el bloqueo británico sometió la población civil, el hecho de que toda la guerra se había peleado en suelo extranjero y la bienvenida triunfal que las autoridades dieron a los soldados a su regreso del frente indujeron a los alemanes a suponer que recibirían un trato honorable. Esas ilusiones se esfumaron el día que los representantes del primer gobierno democrático alemán tomaron conocimiento de las condiciones de paz. A partir allí, la guerra se reanudó, pero por otros medios: retaceando el pago de las reparaciones, objetando el trazado de nuevas fronteras, ocultando el rearme, en síntesis, haciendo todo lo posible por no cumplir los términos del tratado de paz. Los hechos posteriores confirmarían la sabiduría del coronel Aureliano Buendía en Cien años de soledad, cuando dice: «No imaginaba que era más fácil empezar una guerra que terminarla»

Si me sumara al juego de encontrar paralelismos entre el mundo de entreguerras y la actualidad creo que lo que más me llama la atención es la sorpresa de los alemanes que pasaron de verse como los ganadores de la guerra a ser los perdedores humillados prácticamente en un instante. El mismo tipo de sorpresa sintieron los ciudadanos del Primer Mundo en poco tiempo con el comienzo de la Gran Recesión: sus vidas pasaron de la alegría, tranquilidad y riqueza (relativa) a la preocupación, angustia y estancamiento (relativo) en poco tiempo. Y al igual que los alemanes de hace 100 años nos empezamos a preguntar quiénes fueron los responsables. Y el dedo acusador se dirigió hacia las élites políticas. 

La comparación puede seguir entre los populismos de antaños y los neo-populismos de la actualidad (Trump, Brexit, Bolsonaro, los extremos que se tocan en Italia, Hungría, Polonia, etc.). Incluso podemos ver a los inmigrantes cumpliendo hoy el rol de chivos expiatorios como lo fueron en el pasado los judíos. Pero extrapolar más sería peligroso. El mundo ha cambiado bastante y difícilmente la historia se repita. Pero es muy probable que evolucionemos a un orden (o desorden, o cuasi-orden) nuevo. Y lo nuevo siempre asusta y angustia. Puede que en varios países la Gran Recesión haya terminado, pero sus repercusiones lejos están de haberse terminado. 


Brexit in two steps

17/10/2018

El mundo parece vivir dos realidades paralelas. Por un lado tenemos indicadores de crecimiento, con los Estados Unidos cerca de alcanzar un récord de expansión económica y con desempleo debajo del 4%. Por otro lado hay un número creciente de incertidumbres, la bolsa de Nueva York y los mercados emergentes crujen cada vez que la Reserva Federal sube la tasa (o las noticias señalan una aceleración en el sendero de suba de tasas), guerra comercial con China, descontento social en Irán como no se había visto desde la previa a la caída del Sha, Arabia Saudita asesina a un periodista disidente en Turquía, etc. 

Una de estas incertidumbres es la forma que tomará el Brexit, dado que al Reino Unido y la Unión Europea les queda menos de seis meses para llegar (o no) a un acuerdo antes del 29 de Marzo del año próximo cuando el RU deba abandonar la UE. En el New York Times hoy publicaron una nota en la que describen como algunos ingleses acumular alimentos y medicinas ante la eventualidad que escaseen si la salida de la UE es caótica. Me parece exagerado, pero ilustra el rango de incerteza que se tiene sobre la vida post Brexit en el RU. 

En el referendum sobre el Brexit del 23 de Junio de 2016 (ver nota en el blog de hace dos años), el 52% de los votantes eligió sacar al RU de la UE. Desde ese día la actividad política en el RU trata de conciliar las demandas de sus (dos tipos de) ciudadanos. Por un lado respetar la voluntad popular del referendum, y por el otro minimizar las consecuencias negativas en la economía. Para lo primero habría que cortar de cuajo con la UE no participando ni siquiera de la unión aduanera (como si lo hace por ejemplo Turquía), y retirándose del Tribunal de Justicia de la UE. Para lo segundo habría que mantener un lazo estrecho con la UE, como los países miembros del Espacio Económico Europeo (ejemplos: Noruega y Suiza). 

Cortar de cuajo con la UE implicaría un costo económico importante en la medida que se tendrían que reintroducir controles de frontera para la circulación de bienes lo cual, por un lado crearía fricciones en las cadenas de suministro, y por el otro demandaría importantes inversiones de infraestructura que no estarían listas en seis meses (además de presentar una pesadilla logística). Como bonus, habría que resolver qué hacer con la frontera entre Irlanda e Irlanda del Norte.

Pasar a pertenecer al EEE sería visto como una traición al espíritu del Brexit, y no sería apoyado por un número suficiente de legisladores en la Cámara de los Comunes en el RU, quienes tendrían sus ojos puestos en la elecciones que serían convocadas al implosionar el gobierno de Teresa May en este caso. 

Hablando de May, recomiendo la lectura de la nota de Sam Knight en el New Yorker de hace unos tres meses titulada «Theresa May’s impossible choice». A principios de Julio de este año se presentó lo que se conoce como «plan Chequers» (no por una chequera tipo Banelco, sino por el nombre de la casa de campo del Primer Ministro). Este plan básicamente plantea un Brexit blando apuntando a un mix entre un tratado de libre comercio y pertenecer al EEE. 

Domésticamente el plan Chequers condujo a la renuncia de David Davis y Boris Johnson del gabinete de ministros, y el endurecimiento de los partidarios de un Brexit duro. En la UE fue recibido con frialdad. Ciertos analistas consideran que la UE, o al menos sus dirigentes de peso, aceptan el plan Chequers pero teatralizan su disgusto para facilitarle a May el lograr una mayoría parlamentaria bajo la amenaza del caos que seguiría a un Brexit sin acuerdo. Espero que esto no sea así pues sería jugar con fuego, y podría lograr el resultado opuesto de nuclear aun más a los partidarios de un Brexit duro bajo la consigna que May es una traidora. 

Con las cartas sobre la mesa, creo que existe una solución que casi logra la cuadratura del círculo, y que tendría apoyo parlamentario en el RU y no debiera encontrar resistencias en la UE. La idea es plantear que el RU abandone la UE en dos etapas. En una primera etapa, digamos hasta Marzo de 2024, o sea por cinco años, el RU pasaría a ser un miembro del EEE. En la segunda etapa el RU pasaría a tener un tratado amplio de libre comercio con la UE (tomando quizás como base el reciente acuerdo de la UE con Canadá). Durante la primera etapa las partes negociarían eventuales acuerdos complementarios. Más allá de compatibilizar marcos regulatorios, el caso más importante que se me ocurre sería como lograr un control ágil de mercancías a través de las fronteras (haciendo solamente un control aleatorio sobre ciertos camiones, con despacho electrónico del papeleo correspondiente, monitoreo por GPS, etc.), en particular para crear una frontera entre las Irlandas que no sea «física».

Para el RU esta propuesta tiene el atractivo que sería políticamente atractiva tanto para los partidarios del Brexit duro, que verían el objetivo final de tener más libertad de acción, y los partidaros de un Brexit blando, que tendrían cinco años para reducir (o al menos distribuir en el tiempo) los costos económicos de crear fricciones con su principal socio comercial. 

Desde el referendum por el Brexit la UE viene sosteniendo que el RU solamente puede elegir entre el menú de relaciones comerciales pre-existentes. En principio esto indicaría que debieran aceptar la propuesta de una salida en dos etapas. Por supuesto que la UE podría objetar esta propuesta (se me ocurren varias razones políticas para hacerlo). Pero esto solamente irritaría a los británicos que teniendo que elegir forzadamente entre ser miembro del EEE y dejar la UE sin acuerdo no dudarían por esta segunda opción. También podría generar ruido en ciudadanos de otros países miembros de la UE que verían que los británicos tenían (al menos algo de) razón en su crítica al poder excesivo de la UE. 


Nota en Nada es Gratis

12/09/2018

Este fin de semana escribí una nota sobre nuestro país a pedido del blog español Nada es Gratis. El título es «La última crisis argentina» y la copio a continuación ahora que la han publicado:

Este año Argentina y Turquía lideran lo que probablemente sea un dominó de sudden stops en mercados emergentes. La dinámica es similar en ambos casos, y parece calcada a la de pasadas crisis que se producen al consumir persistentemente por encima de los ingresos. Por ejemplo, la pérdida de confianza, fuga de capitales, y aumento en el riesgo de default, es similar a la que se vio en la periferia de la zona euro a comienzos de esta década.

Aunque estos episodios revelen una dinámica similar, diríamos de libro de texto, difieren en la secuencia de decisiones y shocks que les condujeron al desajuste inicial. Parafraseando a Mario Vargas Llosa, y pecando de falta de originalidad, podríamos preguntarnos cuándo se jodió el plan económico de Mauricio Macri. Recordemos que fue en los primeros días de mayo de este año cuando comenzó la corrida contra el peso alimentada por la pérdida de confianza. En el resto de esta nota trataré de hacer un análisis de las causas mediatas e inmediatas de la última crisis argentina.

En 2011 Cristina Fernández de Kirchner logra la reelección con el 54% de votos. En lugar de corregir los desequilibrios macroeconómicos—peso sobrevaluado y subsidios a la energía y transporte en la ciudad de Buenos Aires y sus suburbios—que permitieron su amplia victoria, el gobierno los acentúa. Lo hace con el objetivo de forzar una nueva candidatura de Fernández de Kirchner en 2015, a pesar que la constitución del país solamente contempla una reelección consecutiva.

Los sueños de “Cristina eterna” se terminan cuando la alianza circunstancial de Sergio Massa, ex jefe de gabinete de Fernández de Kirchner, con Macri se impone en la provincia de Buenos Aires en las elecciones de mitad de mandato en 2013. Fernández de Kirchner sigue gobernando sin corregir los desequilibrios arriba mencionados. Y termina su mandato transfiriendo recursos por aproximadamente 2,5 puntos porcentuales del producto a los gobiernos provinciales dejando al nuevo gobierno una verdadera bomba de tiempo.

Los cuadros técnicos de la alianza Cambiemos discutieron largamente las políticas que habrían de implementar en caso de ganar las elecciones de 2015. Había desacuerdo sobre el grado de gradualismo y shock que debía tener el necesario ajuste fiscal y tarifario. El ala política defendía un mayor gradualismo consciente del poco margen de maniobra que tendría un gobierno de minorías parlamentarias y casi sin experiencia de gobierno. Dentro del ala económica algunas voces alertaban sobre el riesgo de dilatar el ajuste.

Macri gana las elecciones prometiendo reducir, y eventualmente eliminar, las retenciones a las exportaciones agropecuarias, y el levantamiento del control de cambios. Su equipo confía que éstas, y otras medidas como un pronto acuerdo con los holdouts, conducirían a un crecimiento sostenido apuntalado por la inversión que permita, por un lado reducir la inflación, y por otro lado la eliminación gradual de las distorsiones. En los ojos del nuevo gobierno el país no tenía un problema fiscal sino uno de crecimiento.

Aun y dándole al gobierno el beneficio de la duda respecto a su, un tanto naif, diagnóstico inicial, demostró poca capacidad para adecuar sus políticas a cambios en el contexto. Decidió mantener la baja en las retenciones a pesar de la mencionada transferencia de recursos a los gobiernos provinciales que hace Fernández de Kirchner al final de su gestión. A mediados de 2016 otorga un blanqueo de capitales, que le proporciona un aumento transitorio de recursos, asociado a un aumento permanente en las jubilaciones. Cualquier ilusión que con el blanqueo se materialice la demorada llegada de inversiones se pierde cuando, menos de dos meses más tarde, la Corte Suprema invalida los ajustes tarifarios obligando al gobierno a reducir la velocidad con la cual recortaba subsidios energéticos.

Quizás el ejemplo más doloroso de la incapacidad del gobierno de Macri para sortear obstáculos fue la respuesta que dio a los disturbios violentos que rodearon la sanción, en diciembre del año pasado, de un cambio en la fórmula de actualización de las jubilaciones que implicaba una pérdida en el poder adquisitivo de las mismas. El gobierno no vio en la movilización de los violentos la contracara de su triunfo electoral en las elecciones de mitad de mandato: derrotados en las urnas, la influencia de los kirchneristas se reducía a manifestaciones y protestas. Interpretó los hechos como el reflejo de su propia debilidad para adoptar políticas impopulares.

Así, el intento de entrar en una etapa de “reformismo permanente” quedó sepultado bajo la montaña de piedras que los violentos arrojaron en las puertas del Congreso Nacional. Para compensar los efectos negativos sobre el crecimiento que esto pudiera tener, ya sea por efectos directos o sobre las expectativas, la jefatura de gabinete ideó un asalto sobre la independencia del Banco Central. El 28 de diciembre anunció la flexibilización de la meta de inflación para este año al 15%. Y a los pocos días se recortaron las tasas de interés, dejando en claro que el cambio de la meta no era solamente un cambio en el objetivo de política monetaria, sino también una intromisión sobre como conducir la misma.

Lo notable es que semejante atropello tuvo lugar prácticamente una semana después que en Estados Unidos se sancionara la reforma tributaria impulsada por Donald Trump. Con un mínimo de conocimiento de macroeconomía se podía inferir que una política fiscal más laxa iba a forzar a la Reserva Federal a acelerar la velocidad con la cual estaba aumentando la tasa de interés de referencia. La divergencia en los niveles de riesgo país de la Argentina y el resto de los países latinoamericanos desde fines del año pasado indica que, para los mercados financieros, la decisión de la jefatura de gabinete marcó el momento en que el gobierno terminó por cavar su propia tumba.

Se me ocurren dos explicaciones para esta cadena de errores desde el comienzo del mandato de Macri. Por un lado un estilo de conducción muy disperso con 22 ministros sin poder (los cargos que tradicionalmente estaban en Economía llegaron a estar distribuidos en seis ministerios). Por otro lado, quienes detentaban el poder, el jefe de gabinete y sus dos vicejefes, no tenían la formación adecuada. En particular su experiencia en el mundo de los negocios no los preparó para anticipar los efectos de equilibrio general de las políticas implementadas, de las contempladas pero no llevadas a cabo, ni de los cambios en el contexto por shocks externos o acciones de actores institucionales o no institucionales domésticos.

Recientemente Macri expresó su deseo que esta sea la última crisis argentina. Lo será seguro, hasta la próxima.